El Zócalo se rinde una vez más a Juan Gabriel en noche de añoranza

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▲ Personajes animados, rostros emocionados y bailes sexis abarrotaron la principal plaza de la ciudad.Foto Germán Canseco

Jorge Caballero

 

Periódico La Jornada
Domingo 9 de noviembre de 2025, p. a31

La evocación de las canciones del Divo de Juárez, mediante la transmisión en el Zócalo del concierto que dio en 1990 en el Palacio de Bellas Artes, condimentado con escena inéditas del serial documental de Netflix Juan Gabriel: debo, puedo y quiero, llenó por completo la principal plaza del país que se rindió por enésima vez al cantante con sus hermosas e imperecederas coplas guapas, tatuadas en el borde de la corteza cerebral, en lo profundo del corazón y, a la orden, en la punta de la lengua a la menor provocación.

El colapso del tránsito en el Centro Histórico desde las 16 horas preludió una velada jubilosa: la sagrada noche queer en El Ombligo de la Luna, que comenzó con parte de la serie dirigida por María José Cuevas, en la que se muestran los archivos personales del oriundo de Parácuaro, Michoacán.

La gritería en plancha del Zócalo por la proyección “del primer cantante popular que violó la catedral de la cultura en México y que vendió en ocho horas el boletaje para los cuatro conciertos”, comenzó a todo lo alto, y cuando comenzaron a proyectarse las imágenes del concierto de Juanga, el asfalto del Zócalo retumbó. Todos guardaron silencio con las primeras estrofas de Yo no nací para amar, como queriendo atesorar ese momento y después explotar en el estribillo de la canción: ¡yooo noooo naacííí paaaraaa aaamaaar! A partir de ese momento, el coro de Zócalo repleto y la gozadera fue un continum, una comunión, una homilía musical o “la necesidad de sentirnos como pueblo”, como lo llamó Carlos Monsiváis.

El aferrado público ubicado en las barras de contención llegó cuatro horas antes, con carteles con leyendas: “Dios me dio la vida, pero Juan Gabriel me enseñó a gozarla”; “Viva Juan Gabriel” y otros ataviados con algunos de los clásicos y vistosos vestuarios de las diferentes e iridiscentes etapas de Juanga.

Se me olvidó otra vez, de José Alfredo Jiménez; Caray con deconstrucción norteña y con pasos piporrescos puso a bailar al público que sin pudor lustraron la plancha del Zócalo como pocas veces se ha visto.

La cámaraduelebonito descubrió a los personajes más animados, rostros emocionados, cantos apasionados, bailes sexis y otros tengo-cero-sen-sua-li-dad pero ganas no les faltó. Aunque el regocijo creció y creció en todos los rincones de la plaza, hasta el lábaro patrio, que había permanecido quieto comenzó a ondular con Amor eterno para acompañar a Juan Gabriel. Llegaron Hasta que te conocí, sacaron los pañuelos blancos, los mejores pasos y el grito desenfrenado a todo lo alto: “No te quiero, no te quiero, no te quiero ¡¡¡veeer!!!”

Llegaron otras canciones como: De mí enamórate y Adiós amor. Como dijo Juan Gabriel en el documental cuando le preguntaron que cuántas de sus doscientas canciones eran buenas: “Todas”.

Un concierto de 35mm que el público vivió como si fuera un concierto en vivo, como si el espíritu de Juan Gabriel hubiera poseído o habitara El Ombligo de la Luna.

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