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Al grito de somos oaxaqueñísimas finalizó un ágape en el Teatro de la Ciudad

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La Llorona y Dios nunca muere sonaron en el recinto del Centro Histórico.Foto Édgar Montalvo, tomada del Facebook de Leticia Gallardo

Juan José Olivares

 

Periódico La Jornada
Lunes 19 de febrero de 2024, p. 9

No somos oaxaqueñas, somos oaxaqueñísimas, gritaron María Reyna, Natalia Cruz, Silvia María y Ana Díaz, aves canoras de alguna de las ocho regiones de esa entidad que unieron sus cantos a la Banda Femenil Regional Mujeres del Viento Florido, bajo la dirección de Leticia Gallardo, y a bailarines del grupo folclórico Tradiciones Oaxaqueñas para hacer del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris un ágape de fiesta patronal.

Fueron de la Sierra a Pinotepa, del Istmo de Tehuantepec a Pochu-tla. Sonaron chilenas e himnos oaxaqueños como La Llorona y Dios nunca muere. Hicieron que los asistentes del recinto del centro de la Ciudad de México brillara con los multicolores de esa entidad. Cada una con su estilo creó una alquimia sonora como para curar cualquier herida síquica y honrar a los compositores y a las compositoras que han forjado el patrimonio musical del estado.

Por medio de sus ritmos, cantos, danzas y textiles, generaron una máquina transportadora que llevó de la mano y del corazón al respetable, el cual cantó y bailó con estas maestras de cermonia festiva especialistas del arte acústivo.

Oaxaqueñísimas se llamó el montaje narrativo que sólo se basó en mostrar un sentir de artistas y ejecutantes que se entregaron en el proscenio y conducir al público a un viaje mágico. Llévame oaxaqueña, llévame a aquel lugar…, cantó la maestra Silvia María con más de 60 años de carrera que ha dedicado a la investigación, rescate y difusión del arte oaxaqueño. La secundó un carnaval de mojigangas, que paseó por las butacas del foro.

Subió al escenario Ana Díaz, cantante que igual desarrolla jazz que música actual; es especialista en chilena solteca. También María Reyna, la operística del mixe. La secundó Natalia Cruz, intérprete de música istmeña en zapoteco y español que, por cierto, ofreció una versión de Ojos negros (el clásico ruso) con los poderosos metales de las chicas del Viento Florido, que esta vez presentó su versión juvenil.

Regresó la maestra Silvia María para recordar a Álvaro Carrillo con La señal. Pero habla, habla hasta que quedes vacío de palabras…, y la reacción fue un respetuoso grito de te amamos, maestra. Y es que todas las músicas oaxaqueñas se hacen llamar maestra por un respeto al oficio y a lo que unos llaman querer a la paisana.

Ana Díaz se volcó en el tablado para enseñar una composición propia: Sigo caminando, dedicada a todas las que han salido de una situación difícil. Siguió María Reyna con una de las piezas más oaxaqueñas, expresó, y su voz de soprano fragmentó a El andariego, cantando, incluso, abajo del escenario.

Natalia Cruz habló en zapoteco y luego soltó una chilena istmeña, ritmo que viene a ser la conexión más directa con los mexicanos negros. Barco camaronero se llamó el tema que puso a todos, en sus butacas, a mover las manos. Interpretó otra chilena junto con Ana Díaz y Silvia María hasta la costa chica de Pepe Ramos, El negrito no es mío. Puchungo, en el argot de los oriundos de la Costa Chica, significa guapo y así le dedicaron en la chilena.

Se quedó en el escenario con su guitarra Silvia María para invitar a todos a llorar con Canción mixteca; la acompañó María Reyna, quien cantó la pieza en ayuuk. Amamos a Silvia, afirmó la experta en belcanto María Reyna.

Regresó Silvia a descargar un huapango junto con el guitarrista Héctor Díaz. Ella rasgó con ímpetu su guitarra y sus cuerdas vocales. Vino el turno de Ana Díaz, quien ofreció Sola de Vega, dedicada a ese pueblo en la Sierra Sur de Oaxaca, y a su papá, nacido ahí.

Toco el turno a María Reyna para incitar a la sed, de la mala, claro, para cantar Ay mezcal, mezcal. Ésta invitó al escenario a Natalia Cruz a interpretar el himno de mi patria chica de la región istmeña, un himno de Oaxaca, La Llorona en zapoteco y en ayuuk. A ellas se unió Ana Díaz festejando a la mujer, y soltó Mujer del maíz, cumbia que se hizo a acordeón y voz a partir de un taller de escritura. Natalia volvió a interpretar otra chilena, La totopera, para no bajar el ritmo y saborear la brisa de mar con el México negro.

Tras un periplo incadescente, se despidieron. Bueno, tantito…regresaron para invitar a todos a bailar fuera de sus asientos al sonido de los metales y percusiones y la cadencia que tiene la música oaxaqueña, bien representada por estas creativas.

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