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El dato sobre el cambio de hora que quizás no conocías

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En la noche del sábado, 28 de octubre, al domingo, 29 del mismo mes, tendrá lugar en España el conocido como cambio de hora de otoño. Con el que se pasa, supuestamente, al horario de invierno. De este modo, a las 3 volverán a ser las 2 y tendremos una hora más de sueño. Es totalmente lo opuesto a lo que ocurre en primavera, cuando las 2 se convierten en las 3 y dormimos una hora menos, con todas las consecuencias que eso conlleva al día siguiente.

Esto puede llevarnos a pensar que el cambio de hora de otoño es mejor que el de primavera. Y podría decirse que sí, pero lo cierto es que, si hacemos esta afirmación estamos partiendo de una idea errónea. Básicamente, porque si somos estrictos, lo de otoño no es un cambio de hora.

En primavera sí que se hace un cambio de hora, al adelantar los relojes, pero en otoño se deshace el cambio. Es decir, este sábado entraremos en lo que se conoce como horario estándar (GMT+1), que es el que más se ajusta al horario solar, según ha explicado a Hipertextual Mari Ángeles Bonmatí, bióloga e investigadora del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia. Después, en primavera, saldremos de ese horario, para pasar al GMT+2 y continuaremos con él hasta volver a deshacerlo en un nuevo otoño.

Varios siglos de cambio de hora

La historia del cambio de hora es bastante más larga de lo que podríamos pensar. Una de las primeras personas en proponerlo fue Benjamin Franklin. En 1784, vivía en París, donde ejercía como embajador de Estados Unidos en Francia. 

Dado que era una persona muy observadora, se dio cuenta de que el Sol en verano salía mucho más pronto que en invierno. Por lo tanto, para ahorrar en el aceite de las lámparas, en esta época los franceses madrugaban mucho, de manera que pudiesen aprovechar la luz del día. Y también se acostaban antes. Él pensó que si se adelantaban una hora los relojes en primavera se evitarían estos efectos del verano. Lo propuso a quien debiese tomar cartas en el asunto, escribiendo una petición a un periódico francés. pero nadie le tomó en serio. 

Como él, otras muchas personas, en diferentes países, siguieron intentándolo, pero con los mismos resultados. No se decidió hacer la prueba hasta principios del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial. En sus inicios el cambio de hora fue algo caótico, pues cada país tenía sus propias normas. El primero en adelantar los relojes en Europa fue Alemania. Después se fueron añadiendo países de todo el globo, pero en algunas ocasiones solo con parte de su territorio. En España, por ejemplo, durante la Guerra Civil, el bando sublevado y el republicano tenían distinto horario.

Al final, en la década de 1980, se unificó un poco el caos, poniendo dos supuestos cambios de hora: uno en primavera y otro en otoño. No obstante, como ya hemos visto, el segundo cambio de ahora en realidad consiste en deshacer el primero y volver a la que la comunidad científica considera como la hora más adecuada.

¿Sirve de algo?

Nadie tomó en serio a Benjamin Franklin, pero quienes defienden seguir cambiando la hora año tras año se basan en la misma premisa en la que se basó él en el siglo XVIII: ahorrar energía.

Supuestamente, se evita que la población tenga que recurrir a luces artificiales durante muchas horas. Pero lo cierto es que el beneficio, si lo hay, es mínimo. En España, por ejemplo, el Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE), calcula que, como mucho, se ahorrarían 6 euros al año en la factura de la luz. Esto podría ser suficiente si no hubiese consecuencias negativas para la salud. El problema es que estas sí existen y, para los expertos, no vale la pena afrontarlas solo por 6 euros.

En realidad, apenas se ahorra energía con el cambio de hora como se propuso en un principio.

Consecuencias para la salud del cambio de hora

Los efectos más perjudiciales para la salud los trae el verdadero cambio de hora, el que tiene lugar en primavera. “El cambio de hora de marzo produce una serie de efectos agudos, a corto plazo”, señala Bonmatí. “Se acorta el tiempo de sueño, con todo lo que ello puede conllevar, hay mayor somnolencia durante el día, mayor tendencia a los cambios de humor y peor estado de ánimo”. Además,  “las alteraciones digestivas también son frecuentes, pues nuestro metabolismo no entiende los cambios de hora”. Incluso “parece que las visitas a urgencias se incrementan, así como los infartos de miocardio y los accidentes cerebrovasculares”.

Todo esto ocurre a corto plazo. Es difícil cuantificar si también hay efectos a largo plazo, porque “se pueden confundir los efectos del cambio de hora con los producidos por el cambio estacional natural en el fotoperiodo”.

Además, influyen diversos factores, desde los patrones de sueño de cada persona hasta su ubicación geográfica. Sin embargo, “de forma indirecta sí podemos intuir que puede haber efectos negativos acumulativos relacionados con el cambio de hora, debidos a la falta de sueño y la disrupción circadiana”.

Los ritmos circadianos son los que marcan los fenómenos fisiológicos que siguen periodos de 24 horas. Por ejemplo, el sueño. Cada día, dormimos una serie de horas y nos mantenemos despiertos lo que queda hasta completar las 24 horas. Comemos una serie de veces, más o menos a la misma hora y, en general, seguimos ciclos que se repiten una y otra vez. Esto, entre otros desencadenantes, está controlado por las horas de luz. Cuando esta entra a través de nuestros ojos, el cerebro interpreta que es de día y que, por lo tanto, debemos estar despiertos. En cambio, a medida que oscurece, se segrega una hormona llamada melatonina, que, entre otras funciones, se encarga de generarnos la somnolencia que necesitamos para dormir. 

Las horas de luz van variando a lo largo del año, como bien nos recuerda Mari Ángeles Bonmatí. “Hay que dejar claro que los días no se acortan o alargan gracias a los cambios de hora, sino a los cambios estacionales que se producen como consecuencia de la traslación de la Tierra alrededor del Sol”, explica la cronobióloga. “Con el cambio de hora lo único que hacemos es retrasar o adelantar el reloj que rige nuestros horarios, lo que implica, sobre todo en el cambio de marzo, aumentar la discrepancia entre nuestro reloj interno, el horario solar y el social”.

Es por eso por lo que ese cambio de hora artificial nos sienta tan mal. Porque estamos entrando en conflicto con los ciclos quenormalmente gobiernan nuestro cerebro con la precisión de un reloj suizo. 

¿Debería haber solo un cambio de hora?

En los últimos años, expertos de todo el mundo han insistido en que se debería abandonar el cambio de hora. No obstante, hay ciertas discrepancias sobre cuál debe ser la hora elegida.

Por ejemplo, en Estados Unidos, el Senado aprobó en 2022 la decisión de abandonar el cambio de hora y dejar un horario fijo. No obstante, se optó por mantener el conocido como horario de verano, de modo que se generó una intensa respuesta entre los científicos.

La Academia Americana de Medicina del Sueño emitió un comunicado, señalando su acuerdo con abandonar el cambio de hora, pero su desacuerdo en la selección del horario. Ellos señalaban que lo mejor para la salud es mantener el mal llamado horario de invierno, pues es el que coincide con el horario solar y, por lo tanto, aquel por el que se rigen nuestros ritmos circadianos de forma natural.

Está de acuerdo también Bonmatí, quien recuerda que “perder una hora supone alejarnos de lo que marca nuestro reloj interno”.

Por todo esto, este sábado en realidad no tenemos un cambio de hora, sino una vuelta  a la normalidad. Al menos, a lo que nuestro cerebro interpreta como normal. Y, como ya hemos visto con tantos otros fenómenos, debemos tomarnos mucho más en serio lo que dicta nuestro cerebro. 

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