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Manzanillo está sin agua, con un acueducto deteriorado y una sola pipa que circula por sus calles

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Cuando las familias de Manzanillo, en la provincia de Granma, ven parquearse en la esquina de cualquier barrio un camión-cisterna de agua, la cola tarda pocos minutos en formarse. Con una sequía fulminante, que compromete todos los renglones de la producción y la vida cotidiana, llegar primero –galón o cubeta en mano– no es cuestión de bienestar o comodidad, sino de supervivencia.

Hasta las calles de Manzanillo son elocuentes sobre la escasez de agua. Polvorientas y amarillas, cuando una pipa derrama un poco de agua sobre el pavimento hasta los perros se apuran para lamer el líquido. Si el camión-cisterna no lo envía Servicios Comunales sino que lo deben pagar las propias familias, no es raro que un solo tanque de 55 galones llegue a costar 400 pesos. Al final del día, el dueño del negocio se lleva una ganancia nada despreciable y la demanda es cada vez mayor.

La falta de abasto es inversamente proporcional a los precios de los productos en el municipio, sobre todo cuando se trata de frutas y hortalizas. En una provincia con no pocos campesinos, la escasez de recursos ha disparado la libra de frijoles a 500 pesos, la de arroz a 150 y la de carne de cerdo –para cuya crianza e higiene es indispensable el agua– a 450. El trabajo que se pasa para que una tierra árida y maltratada dé frutos, aseguran los guajiros, es titánico, aunque no pueda expresarse en números.

La naturaleza también ha empezado a pasar factura a los manzanilleros, cuyas autoridades llevan décadas descuidando la infraestructura hidráulica de la provincia. El pasado abril, como una medida desesperada para lograr el “saneamiento” de áreas secas como Manzanillo, la viceprimera ministra Inés María Chapman aceptó de manos del embajador de China en La Habana, Ma Hui, un donativo de 449 equipos de acueducto y alcantarillado.

Aunque los equipos –cuyo costo fue de 27,8 millones de dólares– estaban destinados a toda la Isla, el municipio granmense encabezaba la lista de potenciales beneficiarios del proyecto, que también contaba con 93 pipas, 60 camiones desobstructores con mangueras de alta presión y herramientas para arreglar salideros.

De la formidable inversión, como entonces la anunciaron los medios oficiales, poco llegó en realidad a Manzanillo, por cuyas avenidas circulaba esta semana una solitaria pipa. Con sombreros y camisas –el sol del oriente cubano no da tregua ni siquiera en diciembre–, los vecinos acuden a la cola con carretillas, pomos y bidones. Aunque hay jóvenes en la fila, los que tienen el tiempo y la paciencia para esperar su turno durante varias horas –y tras haber recorrido a menudo grandes distancias– son los ancianos, las amas de casa e, incluso, los niños.

A pocos pasos de ahí, un tramo de acera en derrumbe da la medida de la insalubridad en el municipio y el estado de su red hidráulica. De un charco estancado y repleto de basura emerge, remendada, una de las tuberías que transportan el agua del pueblo, cuando hay. El líquido de color terroso llega a los hogares y cualquier precaución, como hervir o clorar, es poca.

Los desmayos o fatigas de los ancianos que, mal alimentados, cargan con una cubeta hasta sus casas no son poco frecuentes. Pero no hay remedio: nadie sabe cuándo volverá a pasar nuevamente la pipa y es necesario cargar todo lo que se pueda. Los puntos de distribución gratuitos, abiertos por el Gobierno en comunidades vulnerables de Manzanillo, no siempre están abastecidos.

Aunque toda la Isla enfrenta los mismos problemas de deterioro de sus acueductos y alcantarillas, el oriente del país ha sido especialmente afectado por la sequía. La provincia que más titulares ha generado ha sido Las Tunas, cuyo gobernador tuvo que rendir cuentas el viernes pasado ante el Parlamento por la crisis del agua en municipios que ya no saben en qué términos pedir ayuda al Gobierno.

La situación, según la prensa oficial, ha alcanzado “ribetes críticos”, en particular por el deterioro extremo de los equipos de bombeo. Las autoridades locales, que dependen de las “orientaciones” de La Habana, aseguraron que solo podían hacer “remiendos” a los aparatos y que “se pueden romper en cualquier momento”.

La desesperación por la falta de agua llega a todos los puntos de la geografía oriental, desde las ciudades más pobladas como Santiago de Cuba u Holguín, a los caseríos más humildes de Guantánamo o Granma. Incapaces de resolver el problema, las autoridades llaman, eso sí, a la “solidaridad entre vecinos”: “La situación está difícil y nadie puede confiarse. Si usted tiene un pozo, brinde agua al vecino; y si tiene una cisterna, ahorre”, fue el vacío consejo, entonces, de un directivo de Acueducto y Alcantarillado en Las Tunas.

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