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“No me puedo acercar la cuchara, porque huele mal”, denuncian sobre un comedor social en La Habana

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La Habana/No todo El Vedado habanero es glamuroso ni todas sus casonas despiertan las ganas de quedarse para siempre en sus amplios portales. En las partes bajas, donde el mar irrumpe a sus anchas cuando hay tormentas o huracanes, está el comedor California, perteneciente al Sistema de Atención a la Familia (SAF) que, con su mugrienta y descascarada fachada, anticipa el panorama que los clientes encontrarán en el interior.

Ubicado en la calle Calzada, entre Paseo y A, en el municipio Plaza de la Revolución, el local brinda servicio a jubilados, personas con discapacidades y otras personas vulnerables que dependen de la magra ración que se vende en el comercio. Ante los ojos de estos asistenciados, la cantidad y la calidad de los alimentos ha ido mermando en los últimos años hasta convertirse en un insulto para el paladar.

La tablilla que anuncia el menú ni siquiera indica el verdadero nombre del lugar sino que remite a El Niágara, un comedor SAF ubicado en la calle 18 y Línea, también en El Vedado, que en 2015 fue el centro de un brote de cólera que obligó a cerrar sus instalaciones. Este martes, los platos listados en el tablón de color rojo intenso se reducían a una ración de sopa, arroz y un pequeño pan. 

La tablilla que anuncia el menú ni siquiera indica el verdadero nombre del lugar sino que remite a El Niágara

“A veces no me puedo acercar la cuchara a la boca porque huele mal”, denuncia Gilberto, un anciano de 81 años con el nombre cambiado para este reportaje. Tras enviudar, el hombre quedó solo y, en la cuartería donde reside, a pocos metros del comedor California, solo tiene “espacio para una cama, sin cocina ni baño propio”. Después de un arduo proceso de trámites y reclamos, logró un cupo en el SAF.

“El administrador anterior era un luchador, sacaba la comida de debajo de una piedra y trataba de que siempre hubiera una proteína”, detalla el jubilado a este diario. “Aunque era más eficiente que el actual, no era mago, no podía inventar donde no había y aunque ahora todo se ha deteriorado mucho, esto ya venía pasando hace un tiempo, solo que todo se volvió peor cuando cambiaron al administrador”.

Gilberto es uno de los 76.175 cubanos inscritos en el SAF que asisten a 445 comedores de este tipo en la Isla. Un servicio que, con frecuencia, es blanco de las críticas por la mala calidad en la elaboración de los alimentos, que carecen muchas veces de especias, aceite o grasas. El deterioro de los platos no solo se debe al desabastecimiento oficial, sino también al saqueo de productos que llevan a cabo los propios empleados.

Junto al caldo, en otro envase que ha traído de su casa, le colocan una ración de arroz y un pan pequeño
/ 14ymedio

El hombre se queja de que parte de los alimentos que se cocinan en el lugar provienen de “la merma del agromercado” cercano. “Muchas veces son productos que están en mal estado, hasta podridos y eso le da mal sabor a la comida”, detalla. En un pozuelo plástico, Gilberto muestra un líquido de color amarillento que no contienen ningún trozo de vianda o carne. “A esto le dicen sopa”, subraya.

Junto al caldo, en otro envase que ha traído de su casa, le colocan una ración de arroz y un pan tan pequeño que le permite ponerlo en la palma de la mano y cerrar el puño. “Esto es almuerzo y comida, solo nos venden una vez al día”, detalla. 

Para Lucrecia, quien lleva más de un lustro asistiendo al comedor California, el problema es el desvío de recursos. “Lo poco que mandan lo cogen para revender y nos cocinan con la merma del agro. Además de que hay mucho maltrato, como si nos estuvieran haciendo un favor que no quieren hacer”. La anciana, jubilada y con una discapacidad motora, compensa las menguadas raciones del SAF con “la ayuda de los vecinos” del edificio donde vive. 

“Uno me da un diente de ajo, otro un tomate y así voy, porque la comida del California hace mucho tiempo que no da para sobrevivir”

“Uno me da un diente de ajo, otro un tomate y así voy, porque la comida del California hace mucho tiempo que no da para sobrevivir, desde antes de la pandemia ya estaba mala la cosa y ahora va a peor, como si a nadie le interesara si comemos o no comemos”, opina Lucrecia, que se acerca al lugar con un carrito de compras desvencijado en el que lleva botellas vacías de plástico y unos trozos de cartón.

Desde la acera, nada invita al paladar al mirar hacia el interior del comedor de la calle Calzada. El color desvaído, el olor a humedad y la poca higiene que caracterizan al lugar generan más una mueca de rechazo que el gusto por probar sus platos. Sus precios, aún subsidiados, pueden llegar a ser altos para los que reciben pensiones más bajas. 

“Me gasto como promedio unos cinco o seis pesos diarios pero siempre tengo que calzar lo que compro aquí con otras cosas que cuestan más caras”, explica Lucrecia. “Como hace rato que no nos dan proteína, tengo que comprar huevo por fuera para acompañar la sopa y ya un huevo me puede salir en cien pesos, si le añado unos tomates o una lechuga se dispara todo”.

“A veces tienen croqueta o picadillo y esos son los días de fiesta aunque tampoco es para celebrar porque pueden estar picados”

“A veces tienen croqueta o picadillo y esos son los días de fiesta aunque tampoco es para celebrar porque pueden estar picados“, advierte. “Cuando comes por mucho tiempo en estos lugares ya no te fijas mucho en eso, pero yo quisiera que por lo menos le echaran más viandas a los caldos o que nos dieran un pan más grande, para comerme la mitad en el almuerzo y la mitad en la comida”.

Detrás de la anciana, la fachada con manchas de humedad del comedor California parece una radiografía a través de la cual se puede leer su interior. Un hombre se acerca con un envase de plástico que extiende a una empleada sin siquiera leer la tablilla. Para qué, “si siempre hay lo mismo”, lamenta Lucrecia. 

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