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¿La fiesta en paz?

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i los taurinos, los que viven de organizar y promover la fiesta de los toros, quisieran realmente que sus inversiones trascendieran y estimularan el reposicionamiento de la fiesta de los toros en el público masivo, tomarían nota de por lo menos dos cosas: una, más que de divertirse, el público grueso quiere experimentar emociones diferentes, y otra, la oferta de espectáculo del serial de reapertura de la Plaza México reflejó la renuencia a modificar el concepto de negocio que vienen manejando, con todo y la infundada pero respaldada suspensión taurina durante año y medio y la tibia reacción de la empresa.

¿Cómo puedes decir eso si en los dos primeros carteles de reapertura hubo en la plaza unos 40 mil espectadores y en la tercera, el 5 de febrero, se registró un lleno hasta la bandera?, arguyó un aficionado positivo, digamos del tamaño de los que defienden a la desastrosa selección mexicana de futbol, con todo y sus alcahuetes críticos metidos a antitaurinos. Leí entonces una definición de triunfalismo: Actitud real o supuesta de seguridad en sí mismo y superioridad fundada en la propia valía. Optimismo exagerado procedente de esa actitud.

¿No que habían echado al público de la plaza?, repitió engallado. Con una conservadora estimación de 20 millones de habitantes entre la capital y su zona conurbada, la plaza llena representa 0.002 por ciento. A los seis festejos restantes acudió la mitad o la cuarta parte del aforo, que es de 42 mil localidades. Se comprobó entonces que, en tres décadas, el desempeño empresarial en la plaza más importante del país, sin mayor regulación de la alcaldía Benito Juárez ni del Gobierno de la ciudad, convirtió la tradición taurina de México en espectáculo de minorías, y no precisamente de nuevos aficionados, sino de espectadores apenas preocupados por el toro con edad y su comportamiento, por lo que su gusto fue desviado hacia toreros-marca de importación, dando comienzo un lento pero creciente proceso de sudamericanización de la fiesta de México.

¿Qué entiendes por sudamericanización?, preguntó el positivo, partidario además del América. Seguir el ejemplo de los países taurinos de Sudamérica, que en el pasado se conformaron con media docena de diestros de escala internacional y descuidaron la generación de nuevos valores capaces de competir con los ases importados. Por aquellos rumbos la fiesta ha sido retenida por una élite acomplejada que no cree en una fiesta de toros propia, con el consentimiento de la crítica y de los directamente perjudicados. Ojo: una roca no hace verano.

Con su costumbre de anunciar carteles con anticipación como si de una feria anual se tratara y no de favorecer una promisoria sucesión de competencias entre triunfadores, la empresa de la México, como siempre, hizo lo que le vino en gana para el serial de reapertura, poniendo y quitando toros y toreros a voluntad, no con espíritu de servicio a la fiesta y a la afición, sino de anteponer sus particulares intereses.

Salvo el bravo encierro de Pozohondo, el resto fue un recreo para ases importados y figuras (sic) nacionales ante ganado de probada comodidad o mansedumbre y triunfos de relumbrón; combinaciones al gusto de los foráneos; diestros jóvenes con voluntad pero aún sin sello; una corrida de mujeres con un encierro parchado, otra de rejones con un toro excepcional y una absurda novillada con reses de uno de los empresarios, y la pobre respuesta de la empresa al entusiasmo y expectativas iniciales de la gente. Una autoridad generosa a la hora de premiar, unos publicronistas especializados en justificarlo todo y ni una sola publicación que oriente y capacite, dejan poco margen al optimismo.

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