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¿La fiesta en paz?

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na cosa es defender las tradiciones y otra, muy diferente e incluso sospechosa, pretender ignorar sus desviaciones para beneficio de unos cuantos, no de esa tradición.

Lo que hay que pedir a los políticos es que garanticen y fomenten la libre expresión taurina, señaló entre otras cosas el antropólogo francés François Zumbiehl, pregonero de la feria de Sevilla de este año, y añadió: que la entreguen a sus adeptos y responsables (sicazo neoliberal que se oyó hasta Washington), y le dejen correr su suerte, no que la utilicen, y menos que quieran censurarla.

Esta solicitud de no intervención de la autoridad no taurina requiere un tratamiento más agudo que los enunciados ya que precisamente por la dudosa autorregulación del empresariado en el reciente medio siglo es que la fiesta de los toros se encuentra hoy en una posición de vulnerabilidad y debilitamiento sin precedente.

Sin embargo, el problema no es externo sino que quienes manejan la fiesta y ocupan en ella puestos de privilegio sigue identificando al enemigo de la tauromaquia con antitaurinos y animalistas subsidiados, juececitos con piel de compasivos pero corruptos y con una ideología que enarbola el buenismo como fórmula para solucionar los problemas del planeta.

Apenas identificados con la ética taurina como condición sine qua non para una estética trascendente en el ruedo, los que manejan los hilos del toreo optaron por recurrir, hará unos tres cuartos de siglo, a autoridades omisas o cómplices que avalan una supuesta evolución natural del espectáculo hacia un esteticismo efectista a partir del toro facilón, pasador y dócil más que bravo; lo que aquí hemos llamado toreo de salón con toro.

Esta pérdida paulatina de casta, fiereza, bravura y codicia en las embestidas, debido no a una evolución natural sino a unos arreglos antinaturales entre empresas poderosas, ganaderos prestidigitados, diestros que figuran y sus voceros, de espaldas todos a la esencia de la fiesta −un encuentro sacrificial verdadero− y a un público desentendido sistemáticamente engañado, son los factores que determinan este debilitamiento al que nadie quiere poner remedio. Antes que la posmodernidad manipulada y la sensiblería destructora, han sido los criterios de negocio aplicados por una animalidad desnaturalizada que ya no sabe qué hacer con la racionalidad que le va quedando. Esta grave desviación se da en los toros y en lo demás.

En el número correspondiente a este mes de abril la Gaceta Taurina, que con rigor, disciplina y compromiso dirige Salvador García Bolio, ofrece al lector una recopilación y transcripción del propio Salvador y de Amadeo Silva Petrone de la Suma de casos de conciencia, publicada en Salamanca en 1596 por el fraile franciscano Manuel Rodríguez Lusitano, con un capítulo dedicado a los toros y el subtítulo De los toros si es lícito correrlos, o ver torneos.

Entre otras cosas interesantes, el documento revela que a finales del siglo XVI ya se aserraban los cuernos de los toros, que estaba prohibido correrlos en el coso o en la plaza (pública) los domingos y días de fiesta, que si alguno muriere donde se corrían las bestias debía carecer de eclesiástica sepultura, y otras lindezas de inquisidora moralina cuando los papas de Roma −Pío V en 1567 y Gregorio XIII en 1575− vieron alarmados cómo algunos individuos arriesgaban su vida o la perdían como si a ellos perteneciera y no a la misericordia del Supremo, aunque les asierren los cuernos están los toros tan feroces y ligeros que cogen a los hombres, los pueden levantar en alto y echarlos al suelo y pisarlos y molerlos. Pues sí. (www.bibliotoro.com)

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