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¿La fiesta en paz?

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l pasado 26 de diciembre falleció en una clínica de Monterrey quien fuera próspero empresario minero, promotor del beisbol y los toros, ganadero de reses bravas, funcionario público, empeñoso candidato y senador de Morena por Coahuila, ingeniero Armando Guadiana Tijerina, a los 77 años de edad. De poblado bigote y amplia calvicie que ocultaba con finas tejanas, fue un destacado representante de la norteña cultura del esfuerzo, egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, donde con una beca obtuvo el título de ingeniero, la maestría en Ciencias y una especialidad en investigación. Diputado local y director general del Catastro de Coahuila, aspirante en dos ocasiones a la gubernatura de ese estado y otra a alcalde de la ciudad de Saltillo. Luego de militar 40 años en las filas del PRI, obtuvo una senaduría por Morena, cargo donde tampoco logró influir para que se levantara la prohibición de las corridas en la entidad tras sus diferencias con los gobernadores Moreira. Humberto y Rubén Moreira, vergüenza nacional para los priístas, decía el desplegado a una plana en periódicos de circulación nacional publicado por Guadiana en 2012, donde exigía al primero una explicación del destino de la deuda de su gobierno por 35 mil millones de pesos que, a la postre, en este país nadie supo adónde fue a parar.

En entrevista con La Jornada, en octubre de 2010, Guadiana declaró: encuentro una fiesta inhibida a la que le falta promocionarse, creer más en su valía y promover a toreros novatos, sobre todo entre el público joven, al que no se le ofrece un rostro atractivo del espectáculo ni maneras de informarlo e interesarlo para poder valorar el arte del toreo. Hay una generación perdida con relación a la tauromaquia. Las plazas del país no se aprovechan como la fiesta, su futuro y la nueva torería requieren. Urge promover la fiesta de toros en la sociedad, no sólo entre la afición y el público asiduo. Que cada quien en su región, empresarios y ganaderos bien coordinados, demos cabida a toreros novatos que no han tenido oportunidades suficientes y, repito, empezar a promover el espectáculo entre los jóvenes y en el resto de la sociedad. Pero necesitamos creer más en la vocación taurina de México y actuar en consecuencia.

Sin embargo, en los siguientes 13 años Guadiana no quiso moverse en el callejón nitocar los intereses taurinos de otros poderosos, sino que optó por mantener un perfil discreto como ejecutor de las intenciones enunciadas y su apoyo a la fiesta fue más bien utilitario y antojadizo al adquirir varias ganaderías y participar en la gestión de algunas plazas cayendo, como los demás, en la contratación de diestros extranjeros como gran aportación al espectáculo. Si como presidente del equipo de beisbol Saraperos de Saltillo, de 1983 a 1993, Guadiana no logró un campeonato, como promotor de la fiesta tampoco quiso sacar una sola figura de los ruedos con todo y su atribuida generosidad.

Al igual que los otros multimillonarios mexicanos metidos a promotores taurinos y su dependiente propósito de invertir en toreros importados antes que en el toro de lidia con edad y bravura, en promover el surgimiento de diestros nacionales con imán de taquilla y en la descuidada cultura taurina −tampoco quiso editar la Tauromaquia de El Saltillense−, tan próspero coahuilense se sumó a la apuesta por el novillo en vez del toro y a la política de un negocio taurino sin verdadero rigor de resultados, en notable contraste con los obtenidos en el resto de sus exitosas empresas, sumándose así a la fila de magnates con afición pero sin perspectiva de los requerimientos urgentes de la fiesta de los toros en México.

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