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¿La fiesta en paz?

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U

n inolvidable maestro de tauromaquia repetía a sus alumnos: En una corrida, delante del toro, un torero tiene que hacer lo imposible por que suceda algo, o sea, algo que el público grueso, no los conocedores, se grabe en la memoria, ya sea una o varias escenas que lo hagan regresar a la plaza cuando ese torero sea anunciado de nuevo; sin ese requisito no habrá publicidad ni arreglos que conviertan su nombre o apodo en verdadero imán de taquilla.

Ha transcurrido más de medio siglo de aquellas lecciones y la fiesta de los toros, o mejor dicho, los que arriesgan su dinero y la manejan a su voluntad con el pretexto de adaptarla a los tiempos actuales y de satisfacer los gustos del público, torcieron el camino y redujeron la tauromaquia a su mínima expresión en lo que a diversidad de encastes, repertorio de suertes y competitividad de toreros se refiere.

Isaac Fonseca, el exigido diestro moreliano con 14 meses de alternativa, impuso en ruedos españoles la olvidada suerte de citar de rodillas para el pase cambiado por la espalda.

En jueves 12, en una improvisada Corrida de la Hispanidad, toreó a su primero (540 kilogramos) por largas cambiadas, verónicas, saltilleras, gaoneras, los citados pases de hinojos, tandas por ambos lados, bernadinas y una estocada caída, pero ni al tercio fue llamado porque toreó despegado en las tandas convencionales a un paliabierto con transmisión y calidad. En la Plaza Muerta, antes México, por menos le regalaban orejas a Ponce y al Juli por órdenes de la empresa ante reses anovilladas o mesas con cuernos y les aplaudían enfebrecidos. Cada quien sus complejos, ya se ve.

Con su segundo, un colorado de casi 600 kilos, Fonseca redobló esfuerzos y al toro, que había sido mal picado, le fue estructurando la faena. Al iniciar un natural fue empalado por el muslo, sacudido y arrojado al suelo con fuerza y ahí prendido violentamente por detrás de la chaquetilla. Sin mirarse, Isaac volvió al toro. El público impactado le tributó entonces sucesivas ovaciones. Tras jugarse la cornada en el volapié dejó una casi entera atravesada y por fin fue llamado al tercio. Vaya.

“La suerte de varas –señala la médica veterinaria zootecnista de Aguascalientes, Guadalupe Martín del Campo– es sin duda la prueba más severa de bravura para un bovino de lidia (como público y aficionado, sólo lo vemos con los toros a lidiarse en plaza, pero esta faena es importantísima en las labores de tienta), puesto que podemos apreciar aspectos como acometividad, fijeza, combatividad, fuerza, por mencionar algunas.

“Desgraciadamente, en nuestro país este tercio de la lidia se ha ido reduciendo a un mero ‘trámite’, debido, entre otras causas, al monoencaste, a la poca variedad de ganaderías que se anuncia en carteles y a nuestra miopía taurina; en el otro extremo, en plazas serias, los toros tienen que recibir dos puyazos, pero, ¿no sería mejor que cada toro recibiera los puyazos que sus condiciones requieran?”

“Si un toro acusa notoria mansedumbre en los tercios de varas y banderillas, no necesariamente quiere decir que en la muleta vaya a tener el mismo comportamiento. Si en su genética hay un fondo de bravura, y el lidiador sabe intuir y entender esa cualidad con base en encontrar las distancias, el son de la embestida y el temple en el recorrido, con su muleta podrá desarrollar esas cualidades ‘escondidas’ del astado, que es justo lo que como aficionados valoramos por partida doble: al toro por tener base de casta y al torero por hacer que, contra las apariencias, aquella logre manifestarse”, concluye la doctora Martín del Campo, conductora con su hermano Sergio del agudo podcast taurino-charro Arena Mestiza.

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