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Aguas de La Habana se rinde en Nuevo Vedado y los vecinos lo toman con calma

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En los primeros días de enero el ruido de la cercana avenida de Rancho Boyeros se calma, pero el entrechocar de las fichas de dominó resuena en el barrio. Los vecinos de la calle Marino esquina a Santa Ana, en Nuevo Vedado, aprovechan los feriados para sacar la mesa y buscar su doble nueve. Este 2024, aunque mermados por la emigración, tienen mayores razones para salir: después de meses en que una furnia impidió el tránsito por su cuadra, ahora el hueco ha sido rellenado por Aguas de La Habana, aunque el trabajo parezca una chapuza.

“Al menos no tuvimos que pasar la Navidad con todo esto lleno de agua y mosquitos”, reconoce Amanda, una de las vecinas que, por más de tres meses, vieron cómo la excavación se vaciaba de trabajadores y se convertía “en una laguna”. Los empleados estatales reparaban una conductora que se abastece con los tanques de Palatino, construida a finales del siglo XIX en el municipio de Cerro.

La rotura de la tubería dejó sin suministro de agua a una parte del municipio de Plaza de la Revolución y, a pesar de los triunfalistas plazos oficiales, las obras se prolongaron hasta diciembre pasado. “Estábamos trepando por las paredes, en esta cuadra hay un negocio de venta de pizzas, una mipyme y varias casas de renta. Todos en números rojos porque la gente cuando llegaba a la esquina se asustaba al ver ese hueco lleno de agua”, confirma a 14ymedio otro vecino.

Nadie sabe si la rotura de la conductora fue finalmente solucionada o si, superados por la magnitud del daño, los trabajadores de Aguas de La Habana solo taparon el agujero para aplacar las críticas de los residentes cercanos. “Después de semanas en que no se movió nada, un día llegaron por la mañana y comenzaron a echar tierra, ni siquiera han llegado las brigadas a poner el asfalto por lo que esto parece ahora un pueblo de campo”.

Hacía años que los vecinos de la calle Marino habían denunciado el deterioro de la vía que pasaba por encima de la tubería. La calle se hundía desde hace tiempo y muchos alertaban de su posible colapso. A mediados de 2023, un bache se volvió tan alarmante, que los residentes optaron por señalizarlo por su propia cuenta, intentando evitar una desgracia.

Para llamar la atención, recordaron que muchos de los funcionarios del cercano Ministerio de la Agricultura parqueaban sus vehículos en esa calle y también evocaron los imperativos de la muy próxima base de Panataxi, la flota de “amarillos” destinados a transportar a los turistas desde el Aeropuerto Internacional José Martí hasta La Habana. Por no hablar del contiguo punto de salida de ambulancias.

Poco importaron las urgencias. Aguas de La Habana se tomó su tiempo y mucho más. Este enero, entre señales rojas de “no pase”, piedras extraídas del sustrato que remedan un paisaje marciano y frustración por tantos meses hundidos en el barro y la espera, los vecinos de la calle Marino dieron agua al dominó de su mala suerte. Eligieron para poner la mesa una zona de sombra, pero no había ninguna otra. A escasos metros, la tierra mal apisonada y blanda advertía del peligro: allá abajo nada está resuelto.

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