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¿La fiesta en paz?

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odos aceptaban y aplaudían, algunos nos dábamos cuenta, pero casi nadie levantó la voz. Comprometido con las utilidades antes que con la fiesta, el empresariado taurino de México se encandiló con la capacidad de convocatoria de dos o tres nombres importados, uno a caballo, que a su antojo imponían fechas, ganado y alternantes, en creciente perjuicio del espectáculo y de sus pasivos actores, incluido el público, que primero se aficionó a unos cuantos apellidos y cuando resintió los abusos de estos, en vez de encontrar maneras de exigir, dejó de asistir.

Los diestros nacionales, que difícilmente superaban a los importados consentidos de las empresas, se toparon con su discreta capacidad de convocatoria y su falta de competitividad, mientras los públicos se alejaban a la espera de nuevos consentidos extranjeros, primero por el duopolio Alemán-Bailleres y luego por el monopolio de este último. La frase del autorregulado promotor: Yo no hago toreros, contrato figuras, la cumplieron a cabalidad los de la nueva empresa, que sin convicción jugaron a hacer toreros, sin hacerlos, claro, y a contratar figuras donde las haya, habida cuenta de que en tres décadas no quisieron producir diestros nacionales taquilleros.

¿A qué atribuir esta renuencia de las empresas a propiciar el surgimiento si no de ídolos siquiera de toreros con celo y sello que generaran, como antes, partidarismos y motivaran a verlos en sucesivas confrontaciones? En primer término, a una baja autoestima de los gremios −empresas, ganaderos y toreros−, cada vez más acomplejados y dubitativos de que México recuperase el lugar que como país taurino tuvo frente a España. En seguida, a unas autoridades no sólo omisas sino dándole juego a los acosos de grupúsculos animalistas y antitaurinos, a sus demandas y suspensiones de jueces sin idea, como si aquí se tomara té y se cazaran zorros. Y por último, a una lectura torpe de la corriente económica neoliberal que impuso a los países en desarrollo la decisión de echarse en brazos de un libre mercado impuesto desde fuera y la convicción de que es mejor negocio importar que producir, acompañado de la autorregulación y el exitismo, con el consiguiente achicamiento de la intervención de los gobiernos en un librempresismo abusivo en todos los sectores, incluido el taurino.

Así, al añejo proteccionismo de las empresas de España con los diestros foráneos, a los que hoy necesitan menos que nunca, la mexhincada empresa de Aguascalientes corresponde con la alegre contratación de 14 (catorce) diestros extranjeros (incluidos un francés y un peruano hechos y avecindados hace años en España), a los que recibe, como siempre, con los brazos abiertos y la paciencia franciscana de una afición que ya se cansó de protestar ante las reincidencias de una empresa antojadiza hace años.

La empresa sevillana decidió incluir en la Feria de Abril de este año a un solo matador mexicano, Leo Valadez, en un cartel modesto el día 9, al lado de José Garrido, quien cortó oreja a cada uno de sus toros y de David de Miranda las dos de su segundo, ante un extraordinario encierro de Santiago Domecq. A sabiendas de que venir a España es la guerra, Valadez sólo estuvo decoroso, incluso un tanto desconcentrado. Por su parte, la empresa de Madrid se acordó un poquito más de la hospitalidad de sus colegas mexicanos y decidió incluir en la próxima Feria de San Isidro a dos novilleros, Eduardo Neyra y Bruno Aloi, y a tres matadores: Valadez, El Calita e Isaac Fonseca. Recordemos: acá no hacemos toreros, contratamos figuras… extranjeras.

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