Las decisiones hay que tomarlas tras consultarlas con la almohada y con el estómago lleno. Es lo que siempre nos han dicho las madres y las abuelas y, como con casi todo en la vida, tienen razón. Tomar decisiones con hambre es una malísima idea. Lo es en lo concerniente a la lista de la compra. Si vamos al supermercado con el estómago vacío posiblemente compraremos de una forma más impulsiva. Pero no solo para eso. Otro tipo de decisiones, como las financieras o las interpersonales, se pueden relacionar también con el tiempo que llevamos sin comer.
En 2019, un equipo de científicos de la Universidad de Dundee quiso comprobar si el hambre puede afectar también a las decisiones que no tienen nada que ver con la comida. Para ello realizaron un estudio en el que participaron 50 personas a las que se les pidió que tomaran una serie de decisiones tanto con hambre como sin ella. Claramente, las decisiones eran mucho más impulsivas cuando tenían hambre. Había decisiones relacionadas con la comida, pero también con otras cuestiones.
Los autores de aquel estudio señalaron en su día su preocupación por cómo podría afectar esto a la vida de las personas. Por ejemplo, si alguien toma decisiones con hambre porque apenas tiene dinero para comer, puede elegir opciones inadecuadas, que agraven aún más su situación. O, en otro caso muy distintos, si buscamos nuestra mejor opción de hipoteca en pleno ayuno intermitente, puede que nos quedemos con la oferta que menos nos conviene. Son muchos los motivos por los que no deberíamos tomar decisiones con hambre. Pero veamos cómo lo explica la ciencia.
Los antecedentes del experimento del malvavisco
En un comunicado de la Universidad de Dundee posterior a la publicación del estudio, sus autores señalaron que, en realidad, su estudio fue una continuación de otro realizado muchísimo tiempo atrás: el experimento del malvavisco.
Lo llevó a cabo en la década de 1960 un psicólogo de la Universidad de Stanford llamado Walter Mischel. En el experimento participaron cientos de niños de entre 4 y 5 años. Todos entraron en una habitación en cuya mesa había un malvavisco. El investigador les decía que iba a salir un momento. Si cuando volviese no se habían comido la chuchería, les regalaría otra. Les premiaría la paciencia con una doble recompensa. Cuando el científico salía de la habitación durante 15 minutos, había niños que se comían inmediatamente el malvavisco. Otros se contenían un poquito, pero acababan cayendo en la tentación. Pero sí que hubo unos pocos que lograron aguantar hasta que este volvió con su segundo premio.

El estudio no finalizó ahí, pues se hizo un seguimiento de los niños durante varios años. Se publicó una primera parte en 1972. En esta, se analizaron principalmente sus calificaciones en el colegio. Así, se vio que los niños que aguantaron hasta conseguir el segundo malvavisco tenían mejores puntuaciones de lectura, matemáticas y escritura. Además, cuando llegaron a la adolescencia manifestaron tasas menores de abuso de sustancias y una menor probabilidad de desarrollar obesidad. En general, sus padres refirieron que respondían mejor al estrés y establecían mejores relaciones sociales.
Pero el estudio no quedó ahí. Se les hizo un seguimiento durante 40 años y se siguieron comprobando más éxitos en los niños que lograron su doble recompensa.
Esto puede verse influido por muchos factores. Uno de ellos es la confianza, como bien se demostró en un estudio posterior. En él, se hizo un experimento previo en el que un adulto prometió a los niños que les regalaría una caja de rotuladores, pero luego no lo hizo. Los niños que pasaron por esta experiencia eran más propensos a comerse inmediatamente el primer malvavisco. Sin embargo, bastaba con unos minutos de confianza para que tuviesen más paciencia en el segundo experimento.
¿Qué tiene que ver esto con tomar decisiones con hambre?
En el estudio del malvavisco se vio que, en realidad, la paciencia con respecto a la comida se traduce también en una mejor toma de decisiones en otras facetas de la vida. Por eso, los científicos de la Universidad de Dundee pensaron que, quizás, no es bueno tomar ningún tipo de decisiones con hambre. Ni relacionadas con comida ni con ningún otro tema.
Para comprobarlo, como ya hemos visto, contaron con 50 personas, a las que se les dieron dos instrucciones muy claras. En la primera fase del experimento deberían pasar 10 horas sin comer nada. Para la segunda, tomarían una comida muy copiosa justo 2 horas antes de realizar el cuestionario.
En dicho cuestionario se les ofrecía una recompensa relacionada con la comida, el dinero o la música inmediatamente o el doble de la misma si esperaban varios días. Se vio que cuando contestaban con hambre estaban dispuestos a esperar un máximo de 3 días. Si no, se quedaban con la recompensa pequeña. En cambio, cuando tomaban las decisiones sin hambre podían esperar hasta 35 días para recibir el doble de recompensa.


¿A qué se debe todo esto?
Con ese estudio de 2019 se demostró que, como sospechábamos y nos decían nuestras abuelas, no es bueno tomar decisiones con hambre. No obstante, más tarde, en 2023, otros científicos señalaron la posible causa en un estudio realizado con ratones.
En este se analizaba su actividad cerebral y sus niveles de hormonas intestinales en distintas circunstancias. Siempre se les ponía delante una recompensa de comida a la que no estaban acostumbrados. A veces se expusieron a ella con hambre, pero en otras ocasiones sin ella. Se vio que, en ambos casos, curioseaban la comida, pero el desenlace era muy distinto. Los ratones que no tenían hambre la olisqueaban, pero entonces se disparaba la actividad en su hipocampo ventral, impidiéndoles que comiesen. En los que tenían hambre, en cambio, no se activaba esta región cerebral y terminaban comiendo.
En ambos casos se vio que había una relación directa con los niveles de grelina, una hormona que se libera en el intestino en respuesta al ayuno, generando la sensación de hambre. Cuando estos niveles eran altos, se inhibía la actividad en el hipocampo ventral.


Se sabe que esta región del cerebro se relaciona con la gestión de la memoria y las emociones, pero también con la toma de decisiones de cualquier índole. Por eso, es muy probable que el hambre inactive nuestra capacidad cerebral de tomar buenas decisiones.
Lógicamente, al tratarse de un estudio en ratones, se requiere más investigación. Pero, teniendo en cuenta los resultados del estudio de 2019, está claro que si vas a tomar una decisión trascendental es esencial que primero te alimentes bien. A la larga lo acabarás agradeciendo.
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