Los elefantes de la edad de Kenya arrastran heridas psicológicas imposibles de borrar, asegura Scott Blais, fundador del Santuario Global para Elefantes. Explica que muchos fueron víctimas de “sacrificios selectivos“, una práctica habitual durante el siglo XX, en la que los cazadores disparaban a los adultos desde helicópteros.
“En algunos casos, ataban a los terneros a la pata de su madre muerta o moribunda y luego los metían en una caja”, recuerda. A continuación, los cazadores furtivos o los traficantes de animales enviaban a estos terneros a zoológicos y circos de todo el mundo, condenándolos a una vida de confinamiento sin una dieta adecuada ni espacio suficiente para moverse, explica Blais.
Se desconoce si Kenya sufrió la tragedia de ser separada de su madre, pero en 1984, cuando la compraron y la llevaron a Mendoza tras un acuerdo con el Tierpark Berlin, un zoológico de Alemania, solo tenía cuatro años. La colocaron en un recinto con otra cría que murió de neumonía poco después. A partir de entonces, vivió sola, como única elefanta africana del zoológico de Mendoza, miembro solitario de una especie profundamente gregaria.
Pero la veterinaria Johanna Rincón, de la Fundación Franz Weber, encuentra esperanza en la tristeza. “Se tiende a pensar que es difícil ganarse la confianza de estos animales, pero están tan destrozados que es fácil construirla”, dice Rincón, que participó en los traslados de Kenya, Mara y Pupy, y también trabajó en los chequeos médicos de Kuky y Tamy.
Rincón aprendió a interpretar cada uno de los gestos de Kenya.
“Con los demás, solo veía sus trompas; con Kenya, aprendí a ver su mirada”, dice. “Hay que demostrarles que los entiendes y que vas a establecer una relación respetuosa“.
Otro obstáculo es conseguir que los elefantes reconozcan la jaula de transporte como un lugar seguro. Allí reciben comida, agua y cuidados. La jaula cuenta con un sistema de sujeción, similar a un cinturón de seguridad, diseñado para que se sientan cómodos.
Pero deben comprender que se trata de una situación temporal, aunque estresante. Cerrar la jaula suele ser uno de los momentos más tensos, ya que el animal puede asustarse o enfadarse, lo que podría retrasar todo el proceso.
Sin embargo, Kenya respondió favorablemente: aceptó el confinamiento y soportó el viaje de cinco días a Brasil sin mayores dificultades.
Blais la describe como una “elefanta muy sensible y expresiva” que, al comienzo del entrenamiento, mostraba “una profunda inseguridad que se manifestaba en la forma cautelosa en que se acercaba e interactuaba con los humanos”. Dice que observa su transformación con asombro, aunque apenas esté comenzando.
Ahora, Kenya está conectando con su vecino Pupy, ejercitando sus músculos más que nunca, caminando por las laderas y derribando árboles en su hábitat. Se revuelca en el barro y la hierba, lo que no solo le proporciona alegría, sino que también le ayuda a mejorar la salud de sus patas al exfoliar la piel muerta de su cuerpo.
“Estamos siendo testigos de cómo las capas de trauma comienzan a desprenderse“, celebra el fundador del Santuario Global para Elefantes.
Sciolla espera que la historia de Kenya inspire a otros países. Los zoológicos de Chile y México ya han expresado su interés en replicar la experiencia argentina para el traslado de sus elefantes. “No deberían vivir en cautiverio”, subraya Sciolla. “Eso no es conservación”.
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