El Castillo de Windsor volvió a convertirse en el epicentro del glamour y la diplomacia con la visita de Estado del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la primera dama, Melania Trump, recibidos en una fastuosa cena de gala ofrecida por el rey Carlos III y la reina Camila. La noche, marcada por la solemnidad y el esplendor, mezcló el poder político con la elegancia propia de la realeza británica.
La llegada de los Trump al histórico castillo fue recibida con una guardia de honor impecable, uniformes rojos y la pompa que caracteriza al protocolo británico. Melania acaparó los reflectores con un vestido mostaza de hombros descubiertos firmado por Carolina Herrera, acompañado de un cinturón lavanda y joyería discreta pero impactante. El presidente optó por un frac tradicional en blanco y negro, mientras que la reina Camila deslumbró con un vestido azul real de seda bordada, complementado con una tiara de zafiros y diamantes que iluminó el salón de St George’s Hall. A la cita también asistieron los príncipes de Gales, Kate y William, además de diplomáticos y personalidades internacionales.
El banquete no solo fue un despliegue de moda y protocolo, sino también un homenaje a la tradición. El menú incluyó panna cotta de berros, pollo Norfolk en salsa delicada con verduras de estación y un postre de helado de vainilla con sorbete de frambuesa y ciruelas Victoria. Para acompañar, vinos añejos y un whisky escocés seleccionado en alusión a la herencia de Trump. Aunque el presidente es abstemio, la elección de las bebidas simbolizó un guiño al vínculo cultural entre ambas naciones.
“Uno de los mayores honores de mi vida”

En los discursos, Trump calificó la velada como “uno de los mayores honores de mi vida” y destacó la “alianza eterna e irremplazable” entre Reino Unido y Estados Unidos. Por su parte, el rey Carlos III subrayó los valores compartidos de democracia y libertad, en un mensaje que buscó reafirmar la importancia de la cooperación bilateral en tiempos complejos.
Más allá de la política, el banquete fue una auténtica pasarela de estilo. Kate Middleton brilló con su ya icónica tiara Lover’s Knot y un vestido dorado de encaje floral, mientras Melania reafirmó su estatus como referente de elegancia. La reina Camila, por su parte, consolidó su papel como anfitriona impecable, con un look que mezcló tradición y modernidad.

Fuera del castillo, las calles de Londres registraron protestas, recordando que la visita de Trump no estuvo exenta de polémica. Sin embargo, dentro de Windsor, la narrativa fue otra: lujo, diplomacia y la intención de mostrar que, pese a las diferencias, la relación angloamericana sigue viva bajo el brillo de candelabros y vajillas de plata.
La velada en Windsor pasará a la historia no solo como un encuentro diplomático, sino como una coreografía perfecta entre la moda, la tradición y el poder. Una noche en la que la realeza británica y la Casa Blanca compartieron mesa, brindis y un espectáculo de elegancia pensado para ser recordado. Imágenes: Clasos
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