Matanzas/La piscina de Bahía, en la ciudad de Matanzas, formó parte de un ambicioso complejo recreativo que prometía convertirse en orgullo local. Hoy, ese espacio es una ruina más, devorada por el abandono y el salitre, un cascarón de cemento donde hace mucho que no se escucha el chapoteo del agua ni las risas de los bañistas. Pero la historia no terminó ahí. Entre grafitis, grietas y muros descoloridos, un grupo de jóvenes le encontró un nuevo propósito: convertirla en su pista de patinaje.
Los muchachos se hacen llamar simplemente “los skaters de la piscina”. No tienen uniformes ni patrocinadores, pero sí una lealtad férrea a su pequeño reino de concreto. “La mayoría somos del barrio”, cuenta Yuniel, uno de los más entusiastas, a 14ymedio. “Empezamos a patinar en el parque de Peñas Altas porque no había nada más que hacer. Poco a poco se fue sumando gente y sin darnos cuenta ya no podemos pasar dos días sin venir aquí”.
Para ellos, la vieja piscina es más que un sitio para practicar saltos y piruetas. Es su refugio, su espacio de libertad en una ciudad donde la oferta recreativa juvenil se reduce a lo mínimo. “Decidimos venir aquí porque no tenemos muchas opciones”, dice Yuniel. “En La Habana tienen un patinódromo con rampas, pero nosotros no. Si patinamos en el parque, hay gente que se molesta. Y si lo hacemos en la calle, nos arriesgamos a que nos atropelle un carro. Aquí no molestamos a nadie y nadie nos molesta”.
El grupo tiene entre 14 y 22 años. La mayoría estudia o trabaja a tiempo parcial, y todos comparten una misma frustración: la falta de apoyo institucional. “Antes mi tío y sus amigos tomaban el tren de Hershey de madrugada con sus patinetas al hombro”, recuerda Pedro Armando, otro de los jóvenes. “Llegaban a La Habana a media mañana y se pasaban la tarde en el patinódromo. Ahora eso es imposible, porque el tren lleva años sin funcionar, y los pasajes para la capital están cada vez más caros”.
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Pedro Armando y sus amigos llevan meses soñando con un viaje a La Habana para participar en algún evento organizado por marcas como Vans o Red Bull, pero las dificultades logísticas y económicas los mantienen anclados en Matanzas. “Nos gustaría participar en esos eventos, conocer a otros skaters, aprender más”, explica a este diario. “Pero todo se queda en la capital, y nosotros seguimos aquí, remendando las patinetas como podemos”.
En teoría, el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder) tiene un departamento dedicado a los deportes extremos. En la práctica, el apoyo se concentra en el patinaje de velocidad, donde Cuba ha cosechado algunos resultados internacionales. “El skate no cuenta”, se lamenta uno de los jóvenes. “El Inder ni sabe que existimos”.
Si en Varadero, una patinadora de carrera multimedallista ha tenido que costear de su bolsillo el equipo y los pasajes a competencias nacionales, los skaters matanceros no esperan mucho más. “Una vez la AHS (Asociación Hermanos Saíz) nos invitó a hacer una demostración, pero todo quedó ahí. No hay seguimiento, no hay materiales, no hay nada”, resume Yuniel.
A falta de apoyo, improvisan. Las tablas rotas se reparan con clavos y cinta adhesiva; los rodamientos se limpian con gasolina y paciencia; a las zapatillas, cuando se gastan, se les ponen parches una y otra vez. “Patinar en Cuba es un acto de fe”, bromea Pedro Armando. “Hay que creer que se puede, aunque todo diga lo contrario”.
La imagen de estos jóvenes lanzándose por las paredes desconchadas de una piscina vacía tiene algo de poético, pero también de trágico. En un país donde los espacios públicos se degradan al ritmo del abandono, ellos han decidido no rendirse ante las ruinas.
“Claro que nos gustaría vivir del skate”, confiesa Yuniel. “Pero sabemos que eso no va a pasar. Por eso seguimos estudiando. Llegará el momento en que tengamos que trabajar y no nos dé tiempo para venir todos los días. Pero estamos seguros de que vendrán otros después de nosotros, y ojalá ellos tengan más suerte”.
Su testimonio encierra una mezcla de resignación y esperanza. Los skaters matanceros no sueñan con competir en los X Games ni con patrocinios internacionales. Su meta es más modesta y más profunda: mantener viva la pasión, crear su propio espacio en medio del abandono.
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