Holguín/Frente a la bodega El Cobre, en la Calle Antonio Moreno, entre 12 y 14, en el reparto Hilda Torres de Holguín, los vecinos conviven con un río que no figura en ningún mapa. No es de agua dulce ni tiene peces: es un hilo oscuro de albañales que corre a cielo abierto, cruzando el barrio y bordeando la puerta del local estatal donde cada mes se venden unos pocos productos del racionamiento.
La escena, bajo el sol de este domingo, tiene algo de rutina. Mujeres con sombrillas esperan su turno en la cola, niños juegan al borde del lodazal, un motociclista maniobra para no salpicar. Desde hace años, el cauce pestilente acompaña la jornada de quienes deben hacer fila para comprar arroz, azúcar o las compotas infantiles.
“Estas son aguas albañales y uno tiene que estar aquí, en la cola de la bodega, al lado de esa pudrición”, asegura un vecino. “Esto lleva tiempo así, lo hemos denunciado y nada”.
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El agua corre lentamente, espesa, dejando manchas negras en el polvo del camino. Se mezcla con restos de jabón, grasa y basura doméstica. “Cada vez que llueve, esto crece y la peste se mete dentro de las casas”, comenta una anciana, mientras sostiene una jaba plástica.
El deterioro del alcantarillado no es nuevo. En la última década, los desbordamientos de aguas residuales se han vuelto comunes en barrios periféricos de la ciudad, coincidiendo con la crisis de materiales y combustibles que afecta a los servicios hidráulicos. Según reportes recientes, la provincia figura entre las más golpeadas por brotes de arbovirus, agravados por la falta de saneamiento. En octubre, las autoridades sanitarias admitieron también un repunte de infecciones gastrointestinales en varios municipios, entre ellos Holguín y Banes.
Los vecinos de la bodega El Cobre dicen que el olor se intensifica con el calor y que los mosquitos “ya son parte de las familias, de tantos que son”. El hilo de aguas negras sigue su curso cuesta abajo unos 200 metros, cruzando la calle, hasta acumularse en una oscura laguna que esparce sus hedores por todos lados. Un niño, descalzo, lanza una piedra al charco y ríe. En esta esquina de Holguín, el tiempo parece estancado, igual que ese río sin nombre que todos miran pero nadie limpia.
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