Guantánamo/En Guantánamo, la cola frente a la tienda La Fragancia se forma desde temprano. Algunos llegan con tarjetas internacionales, otros llevan la cubana Clásica pero todos tienen algo en común: cuentan con dólares para adquirir desde un champú hasta un jabón. La llegada de las tiendas en divisas a la ciudad ha ido moldeando el comercio y la economía domésticas, además de dividir opiniones entre quienes aplauden su proliferación y quienes reniegan de estos locales estatales.
A las afueras del céntrico mercado, este viernes una docena de personas esperaban para acceder. De vez en cuando, un cliente salía con una bolsa transparente donde asoman algunos de esos productos que apenas se encuentran en pesos cubanos. “Me quedan 8,70 dólares en la tarjeta y tengo que administrarlos muy bien”, comenta un hombre que se detiene un momento y pega la cara contra el cristal para observar los estantes en el interior.
Desde hace meses, la ciudad vive una transformación silenciosa: una proliferación de tiendas que venden exclusivamente en dólares, gestionadas por Cimex, el poderoso conglomerado bajo control militar. En lo que va de año se han inaugurado varios de estos espacios climatizados, con anaqueles ordenados y productos que ya no se ven en las menguantes tiendas en moneda libremente convertible (MLC): leche en polvo, detergente, pasta, pollo importado y, con suerte, algo de carne.
A pocos metros de uno de estos mercados, una mujer que se identifica como trabajadora del sector gastronómico, resume el sentir de muchos. “Esto es un abuso, cobramos en pesos y aquí todo es en dólares”. La guantanamera asegura que no tiene tarjeta en divisas, no recibe remesas y depende de cambiar sus pesos cubanos en el mercado informal para comprar “de vez en cuando unos cuadritos de sopa y unas salchichas”. “Si no te manda alguien de afuera, aquí no comes. Pero, ¿qué vamos a hacer? Igual tengo que venir, porque en las tiendas en MLC a veces no hay ni aceite.”
Miguel, electricista, se queja sin rodeos. “Esto duele. Duele porque te recuerda que tu salario no sirve para vivir en tu propio país”. Su gesto es cansado, no rabioso. Habla con la serenidad de quien ya ha gastado toda la furia. “Si hay personas mayores que ni siquiera tienen un peso para comprar el pan del racionamiento ¿Cómo van a tener dólares para venir a este tipo de tiendas?”, lanza la pregunta descarnada.
A su lado, una anciana de dedos nudosos sostiene una tarjeta azul donde coloca parte de la remesa que recibe mensualmente. “Mi hijo en Tampa me ayuda a recargarla. Si no fuera por él, yo no tendría ni café para tomarme un buchito por la mañana”, dice. Reconoce que estas tiendas “salvan”, pero enseguida baja la voz, como si le diera vergüenza admitirlo: “Esto es una bendición y una injusticia al mismo tiempo”.
Los comercios en divisas también dan forma al mercado informal y a los precios de los comercios privados que venden en moneda nacional. “En las mipymes de mi barrio se guían por los precios en estas tiendas para poner los suyos al cambio en pesos, si aquí el cartón de huevos está a seis dólares y pico, entonces ellos lo ponen automáticamente a 3.000 pesos”, se queja.
Ese es el tono mayoritario entre los guantanameros: el reconocimiento resignado de un “mal necesario”. La gente usa las tiendas en dólares porque no hay alternativas, pero casi nadie está de acuerdo con ellas. Quien no tiene divisas mira desde afuera; quien las tiene, compra, pero con un dejo de culpa, consciente de que todo el sistema empuja a la desigualdad.
En un parque cercano, un grupo de jóvenes coincide en que estas tiendas son una “cuerda floja económica”. “Los que reciben remesas están hechos”, dice uno de ellos. “Los demás estamos fritos.” Otro agrega: “Antes había dificultades, sí, pero todos mirábamos el mismo estante. Ahora hay estantes llenos para unos y estantes vacíos para otros”.
“Antes había dificultades, sí, pero todos mirábamos el mismo estante. Ahora hay estantes llenos para unos y estantes vacíos para otros”
Las tiendas en dólares en la ciudad de Guantánamo suelen tener buen aire acondicionado, música suave y empleados uniformados. El mercado Micro Caribe, de la cadena Panamericana, es una de esas burbujas de confort. A pocos metros del local un hombre de mediana edad, lanza su diagnóstico: “Esto no es comercio, es selección natural. Los que tienen familia afuera sobreviven mejor; los otros inventamos”.
En el reparto Pastorita, la cola para la tienda en divisas se ha convertido en lugar de encuentro. La gente conversa, intercambia noticias y hace cálculos mentales. “¿Tú crees que me alcance para un paquete de pollo?”, pregunta una madre que vino con su hija pequeña. “Ojalá”, responde otra. Algunos llevan dólares en efectivo pero son los menos.
“Prefiero poner la divisa en la tarjeta porque nunca tienen monedas para dar el cambio y te devuelven caramelos o cuadritos de sopa”, se queja otro cliente. La puerta del local se abre y una bocanada de aire fresco y con olor a limpio brota del interior. Tarjeta en mano, el próximo grupo de afortunados con divisas accede al salón.
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