▲ La agrupación hizo un recorrido por sus álbumes en el concierto que ofreció en el Auditorio Nacional.Foto cortesía de Ocesa
Jorge Caballero
Periódico La Jornada
Jueves 27 de noviembre de 2025, p. 8
Después de ocho años la banda islandesa Sigur Rós atracó nuevamente en el Auditorio Nacional con sus penetrantes sonidos etéreos, sus murmullos experimentales y tañidos emocionales, adosados a lo largo de 30 años. Una rito sin desperdicio donde el público, agradecido, gozó las caricias auditivas/sanadoras y algunos, incluso, llegaron a manifestar su alegría con lágrimas.
Rodeados/protegios por una multitud instrumental y después, de un breve preludio de la orquesta, obertura manufaturada para la ocasión, los Sigur Rós tomaron sus posiciones para comenzar el hechizo noctámbulo, el famélico público comenzó a festejar con palmas a lo alto, gritos y chiflidos.
La banda formada en la ciudad de Reikiavik, Islandia, saltó a la fama inmediatamente en 1994 con su primer larga duración, la crítica sucumbió ante su género único, fundacional y ecléctico, que no era copiado y no se parecía a ninguna otra cosa. Su género era único. Su segundo disco comprobó que no eran unos parias oportunistas, y su éxito tomó una dimensión mayúscula con Ágætis byrjun (1999), que los consolidó como referentes de la amalgama de géneros de la que estaba impregnada su música.
En esta ocasión compartió con sus seguidores aztecas su continua exploración de géneros minimalistas y post rock, utilizando tanto el idioma islandés como su idioma inventado, el Vonlenska, donde ambos fueron vociferados en todos los rincones del Auditorio Nacional, o sea, como ellos lo definen, su Viking Hop-like, con un recorrido de sus álbumes como Von, Takk y el ya citado líneas arriba, hasta su producción más reciente ÁTTA, con la cual terminó la sequía creativa, lanzado hace dos años. Sigur Rós condensó su historia con su estilo delicado y único que, por momentos, puso en trance a sus fanáticos aztecas.
El juego de luces con el diseño escénico conjugaron de manera soberbia el ceremonial sonoro con la orquesta envolviendo a los Sigur Rós, quienes lanzaron lo más ducho de su música; de hecho, no sólo el público gozó sino que la banda islandesa, orquesta incluida, se vio evidentemente tocada animosamente por la entrega del público que a su vez sintió emoción con los sonidos provenientes del escenario y los amplificadores.
Las percusiones, violines, violas, violonchelos y contrabajos las cuerdas, instrumentos de viento-madera: flauta, oboe, clarinete y fagot ; y viento-metal: trompeta, trombón, tuba y corno francés y también las percusiones: timbales, la caja, el bombo, tombs y los platillos… en fin 40 músicos en escena en el espectáculo más grande que Sigur Rós ha dado en esta gira por América del Norte.
Música indescriptible y voz élfica como si se estuviera abriendo camino para entrar al Helheim vikingo o al Duat egipcio a al Mictlán azteca, al lugar de los muertos y resucitarlos sin proponérselo, como llamando con su música a todos los caídos y caminantes para acceder al satinado paraíso Sigur Rós.
Jón Jónsi Pór Birgisson, vocalista contratenor y guitarrista durante los dos actos, intermezzo y 18 piezas, se mostró inmaculado con su terso canto liviano, mientras Georg Holm o Goggi como le llaman sus amigos, con sus enormes trastazos en su bajo omnipresente, y elmultinstrumentista Kjartan Sveinsson: teclista, flautista, así como flauta irlandesa, oboe y banjo, trasladó al público a un horizonte de sucesos de su propio agujero musical, Einstein-Rosen, para hacerlos sentir que con ellos no hay retorno y lo que es mejor ni deseo de retornar cuando tus oídos han sido profandos/bendecidos por la música de Sigur Rós.
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