China redefine las reglas del poder en un mundo cambiante

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By ndh
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El libro blanco recientemente publicado por China sobre control de armamentos, desarme y no proliferación aparece en un momento de profunda transformación estratégica. El documento no llega solo como una actualización técnica de la política, sino como un gesto político: un intento de dar forma al orden mundial emergente en un contexto en el que la multipolaridad ya no es teórica y la rivalidad entre Estados Unidos y China define cada vez más el panorama global.

Aunque está formulado en el lenguaje de la cooperación y la estabilidad, el libro blanco es inequívocamente estratégico: China está estableciendo sus propios principios sobre cómo debería ser el control de armamentos en el siglo XXI, buscando tanto justificar su trayectoria actual como moldear las expectativas internacionales futuras.

Lo más llamativo no es un anuncio concreto, sino la arquitectura general del documento. Combina temas nucleares tradicionales con una visión amplia de la seguridad que abarca el espacio ultraterrestre, el ciberespacio, la inteligencia artificial y los nervios tecnológicos de los conflictos futuros. Cuestiona las alianzas militares de Estados Unidos, pone en duda la equidad de las actuales exigencias en materia de control de armamentos y vincula el enfoque chino a una agenda más amplia de gobernanza global.

Durante años, Washington ha presionado a Pekín para que se sume a negociaciones trilaterales de control de armamentos con Estados Unidos y Rusia, argumentando que las crecientes capacidades de China desestabilizarán los equilibrios estratégicos si no quedan sometidas a algún tipo de restricción verificable. El presidente estadounidense, Donald Trump, convirtió esta exigencia en una de sus banderas, insistiendo en que los futuros acuerdos nucleares estarían incompletos sin China en la mesa. Pekín rechazó la idea de plano, calificándola de “injusta, irrazonable e impracticable”. Ese mismo argumento resuena claramente en el nuevo libro blanco.

Implícita en el lenguaje del documento, hay una creciente frustración con la alianza de seguridad entre Estados Unidos y Japón. Las referencias a despliegues ampliados en Asia-Pacífico, al fortalecimiento de alianzas regionales y a ajustes en las posturas nucleares apuntan claramente a la agenda en evolución entre Washington y Tokio. A medida que ambos profundizan su cooperación en defensa antimisiles, integran capacidades de ataque más avanzadas y alinean más estrechamente sus políticas de disuasión, Pekín percibe un cerco en lugar de estabilidad.

De cara a la audiencia global, el enfoque chino cumple dos objetivos. Primero, recurre a la historia —aludiendo de forma sutil al 80.º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y a la agresión japonesa— para presentarse como garante de una paz duramente conquistada y del orden de posguerra. Segundo, caracteriza la cooperación defensiva entre Estados Unidos y Japón como un motor de inseguridad. Esta estrategia retórica no está dirigida a Washington o Tokio, que la descartarán, sino a una comunidad internacional más amplia que China aspira a convencer de que la seguridad en Asia-Pacífico no debe estar definida exclusivamente por alianzas lideradas por Estados Unidos.

La sección nuclear del libro blanco está cuidadosamente calibrada. Reitera posiciones bien conocidas por los expertos en control de armamentos —no primer uso, no despliegue en el extranjero y capacidades mínimas necesarias—. Se trata de continuidad, pero de una continuidad con un propósito: el documento utiliza estos puntos como palanca diplomática.

Al enfatizar la previsibilidad y la estabilidad, Pekín se presenta como un actor fiable ante un mundo inquieto por el riesgo de confrontaciones nucleares. Esto cumple además una función más táctica: refuerza la pretensión china de no ser equiparada aún con Estados Unidos y Rusia, cuyos arsenales mucho mayores justifican, según este enfoque, responsabilidades especiales en materia de desarme. En esencia, China sostiene que la desigualdad estratégica sigue siendo un hecho de la vida internacional y que el control de armamentos debe reflejarla.

Existe, por supuesto, otra capa en este argumento. China está ampliando sus fuerzas nucleares, expandiendo silos de misiles y desarrollando nuevos sistemas de lanzamiento. Definir su postura como “disuasión mínima” puede pronto poner a prueba la credibilidad. Pero el objetivo de Pekín no es la transparencia cuantitativa, sino el blindaje narrativo. Al afirmar que su arsenal sigue basado en la moderación, China busca adelantarse a las críticas mientras continúa su modernización.

Donde el libro blanco se vuelve verdaderamente prospectivo —y políticamente significativo— es en su tratamiento del espacio ultraterrestre, el ciberespacio y la inteligencia artificial. No son cuestiones accesorias; constituyen el núcleo ideológico de la visión china de la seguridad futura.

Pekín presenta estos ámbitos como las nuevas líneas del frente de la competencia estratégica y sostiene que requieren una gobernanza urgente. Esto encaja estrechamente con la postura china en otros foros internacionales: promover normas centradas en la ONU que limiten los usos militares de estas tecnologías y subrayen su desarrollo pacífico.

Las motivaciones van más allá del altruismo. China avanza rápidamente precisamente en las tecnologías que definirán el poder del futuro. Al abogar tempranamente por marcos de gobernanza sólidos, busca influir en la elaboración de las reglas antes de que Estados Unidos y sus aliados consoliden su dominio.

Este es uno de los mensajes más claros del documento: China pretende desempeñar un papel central en la definición de las reglas de la guerra de nueva generación. Considera las tecnologías emergentes no solo como herramientas, sino como espacios donde se negocia el poder político.

Uno de los temas más significativos que atraviesa el libro blanco es la aspiración de China de convertirse no solo en participante de la gobernanza global, sino en su configuradora. El documento insiste reiteradamente en la equidad, la inclusividad y el papel de la ONU, un lenguaje dirigido a los países del Sur Global que a menudo quedan al margen de las arquitecturas de seguridad diseñadas por Occidente.

Al presentarse como defensora de la “seguridad indivisible”, China busca atraer al Sur Global, sugiriendo que los regímenes occidentales de control de armamentos favorecen a los fuertes y limitan a los débiles. La estrategia es clara: construir alianzas normativas que refuercen la legitimidad de Pekín como creador de reglas globales.

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El nuevo libro blanco de China no es un documento pasivo de política pública. Es una declaración estratégica: un intento de replantear el control de armamentos en términos que reflejen los intereses, ambiciones y visión del mundo de China. Rechaza las expectativas de Estados Unidos, cuestiona la seguridad basada en alianzas, promueve un modelo de gobernanza centrado en la ONU y reivindica un papel protagonista en los ámbitos tecnológicos emergentes.

Que el mundo acepte este encuadre es otra cuestión. Washington y Tokio verán en él una narrativa interesada más que una muestra de contención. Muchos países en desarrollo pueden percibir a un socio que resiste la dominación occidental. Mientras tanto, el resto del mundo se enfrentará a una realidad creciente: el futuro del control de armamentos ya no se negociará únicamente en Washington y Moscú, sino en un escenario geopolítico más amplio en el que China es cada vez más segura de sí misma, más asertiva y está dispuesta a liderar.

Por Ladislav Zemánek, investigador no residente del Instituto China-CEE y experto del Club de Discusión Valdái.

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