El arte urbano y comunitario transforma muros en espacios de memoria y resistencia. Artistas como Yamir, Rutsy Pop y Ana Teresa llevan el color a los barrios para construir identidad, organización social y voz colectiva desde la calle.
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Con la producción de Alberto Palomino.
Laura Velarde
La ciudad no se construye solo con planos ni decretos: la hacen quienes la viven día a día. Y a veces, un muro puede decir más que cualquier documento oficial.
Desde Jalisco, el artista Yamir impulsa proyectos comunitarios donde jóvenes, madres, niñas y adultos mayores pintan juntos. Sus murales son una forma de hablar alto cuando la realidad quiere silenciar.
“Para mí es realmente no quedarte callado, ¿no? Expresar lo que uno siente. Por muchas situaciones, ¿no? O sea, puede ser una incomodidad por una persona desaparecida, ¿no? En este tema tan fuerte que no puedes callarlo o puede ser otra cosa, ¿no? O sea, es subjetivo el contexto, el concepto.
El chiste es el mensaje y hacer arte”.
En muchas colonias, el arte sale del museo y se vuelve calle: barda, esquina, punto de encuentro. Cada mural refleja lo que ahí se vive: trabajo, risas, memoria, heridas que sanan con color. Y es justo en esa experiencia comunitaria donde se construye identidad.
Sobre ese aprendizaje habla la artista comunitaria Rutsy Pop, quien lleva el arte a los barrios desde los vínculos más íntimos:
“Sí, con mi abuela, que ella tuvo este junto con otras abuelas, tuvieron también lucharon, digamos, por un bien común que fue la vivienda. Entonces, yo aprendí sobre la organización comunitaria y social y dentro de mi formación este profesional y también artística fue que encontré a través del color esta forma, ¿no?
De poder organizarme con otras personas, colectivos, escuelas, comunidades.
Muchas intervenciones nacen en lugares olvidados: bajo puentes, en callejones, en fachadas abandonadas. Pintarlos no es decorar, es devolverles vida o visibilizar lo invisibilizado, así lo expresa Ana Teresa:
“Me dice, Yo corro todos los días 5 km de mi casa, vengo, toco la cerca y me regreso a mi casa corriendo. Yo venía corriendo, volteé a verla cerca, pensé que la estaban tumbando, pensé que alguien la estaba quitando y cuando veo que tú la estás pintando, o sea, entiendo lo que estás haciendo, yo nunca había nunca me había dado ese permiso de pensar qué si no hubiese una cerca entre estos dos países y al ver Una porción que faltaba me permití pensar de esta manera, así que lo que estás haciendo funciona”.
El arte urbano reescribe el mapa emocional de la ciudad. Les devuelve el nombre a lo que parecía gris.
Porque la ciudad es de quien la habita. Y cuando sus habitantes pintan sus sueños, su memoria y sus luchas, ese muro se convierte en un hogar colectivo. Una voz que ya no puede borrarse.
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