La Navidad detrás del cristal

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By ndh
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Matanzas/En Matanzas, la Navidad se siente mucho antes del 24 de diciembre. No es por los villancicos ni las luces —escasas, intermitentes— sino por los mostradores cargados de colores imposibles: caramelos envueltos en papeles brillantes, galletas importadas, bombones de marcas desconocidas, manzanas rojas alineadas como si fueran piezas de museo. Basta asomarse a una cafetería privada o a una mipyme del centro para entender que la fiesta está ahí, al alcance de la vista, aunque no necesariamente del bolsillo.

Idalis trabaja en una cafetería particular del barrio de La Playa. Desde su puesto, observa a diario cómo se repite una escena que la incomoda y entristece: niños que se pegan al cristal del mostrador, padres que miran los precios y bajan la voz, decisiones que se toman con rapidez para evitar explicaciones largas. A su hija de diez años, esta Nochebuena volverá a decirle que no habrá manzanas ni dulces hechos en casa. “Cada año me pide confituras, que le haga natilla de chocolate, y yo termino llorando de impotencia, porque tengo eso al alcance de la mano, pero no lo puedo comprar”.

Idalis recuerda que en los años 90 la escasez tenía otro rostro. Había poco, casi nada, y los niños no veían vitrinas llenas ni estantes rebosantes. Hoy la carencia es más cruel porque se exhibe. En las mipymes de Matanzas hay mercancía: frutas importadas, chocolates, refrescos, galletas, sorbetos. Todo está ahí, iluminado, etiquetado, fotografiable. Pero los precios convierten el deseo en una provocación. Una manzana puede costar 180 o 200 pesos; un racimo pequeño de uvas supera con facilidad los 3.000; una caja modesta de confituras alcanza cifras que duplican o triplican el salario mensual de muchos trabajadores.


Idalis recuerda que en los años 90 la escasez tenía otro rostro

Mientras se acerca la fecha en que los cubanos solían reunirse alrededor de la mesa, Idalis ve pasar frente al mostrador a decenas de personas con una mezcla de nostalgia y frustración. “Me entristece ver a los niños pidiendo a sus padres que les compren una manzana. Yo misma, antes de gastar 200 pesos en eso, tengo que priorizar la merienda diaria para la escuela”, dice, con un malestar que no logra ocultar. Recuerda los cuentos de su abuela que hablaba de noches buenas con cinco dulces distintos y comida suficiente para convidar al que pasara por el camino. “Ahora trabajamos más y comemos peor”, resume.

Los números terminan de ponerle peso a la escena. Una clienta reciente pagó 7.900 pesos por varios paquetes de galletas, bombones y sorbetos. “Ese gasto no lo puede hacer un trabajador común, y mucho menos un jubilado”, comenta Idalis. “Se habla mucho de conquistas, pero se omite que la mayoría de los cubanos no podemos comer dulces ni siquiera una vez al año”. Para ella, este 24 de diciembre será una cena humilde, compartida con su hija, sin adornos.

Del otro lado del mostrador, Susana, de 61 años, confirma que el recorrido por la ciudad es desalentador. Ha caminado Narváez, Tirry, San Luis, comparando precios, descartando opciones. “Las barras de maní están hasta en 1.000 pesos, las grandes”, dice. No quiere renunciar a la celebración con sus padres ancianos, así que entre ella y su esposo han asumido todos los gastos. “Vamos cerca de los 25.000 pesos y no tenemos preparado nada del otro mundo. Nadie con un salario puede darse ni el más mínimo de los gustos”.


Del otro lado del mostrador, Susana, de 61 años, confirma que el recorrido por la ciudad es desalentador

Con una ayuda enviada desde el extranjero por su hijo, pensó resolver las compras en las mipymes, pero encontró precios similares a los de los comercios más pequeños. Solo en en un local había una oferta algo mejor, aunque la cola era tan larga que los primeros turnos se revendían desde temprano. La alternativa de comprar en tiendas en dólares o hacer dulces en casa tampoco era viable porque el azúcar está muy caro. “Para eso me harían falta dos o tres hijos ayudándome desde afuera”, ironiza.

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