La Habana/El XI Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba concluyó este sábado dejando muchas consignas, largas disquisiciones ideológicas y una ausencia casi total de autocrítica real. Miguel Díaz-Canel, primer secretario del PCC y presidente de la República, repitió ante la élite partidista la misma receta que el oficialismo distribuye desde hace décadas: unidad, resistencia, disciplina y batalla ideológica.
Todo ello en un país que enfrenta el peor deterioro económico desde los años 90, un colapso sanitario en plena epidemia vírica y una desmovilización ciudadana que ni el Partido ni el Gobierno han logrado revertir.
El mandatario arrancó su intervención anunciando la necesidad de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, aunque inmediatamente volvió a colocar como brújula ideológica al nonagenario Raúl Castro. “Si queremos sacar las cosas adelante, lo primero que tenemos que lograr es que la organización de base del Partido en cada lugar sea fuerte”, dijo, en un mensaje que desplaza el foco hacia los militantes de a pie y evita atribuir fallos estructurales a la cúpula política.
El Pleno dedicó gran parte de su tiempo a revisar el cumplimiento de acuerdos del VIII Congreso del PCC, celebrado en 2021, y la rendición de cuentas del Buró Político. Según Díaz-Canel, ninguno de esos debates tendría sentido sin un cambio profundo en el funcionamiento interno del partido único. “No podemos permitir que el burocratismo, el formalismo y la inercia sigan siendo frenos”, reiteró, como si fuese un diagnóstico recién descubierto y no un lastre histórico que atraviesa seis décadas de centralización económica y política.
A falta de soluciones concretas para la crisis económica, el discurso oficial reforzó el terreno donde el PCC se siente más cómodo: la confrontación simbólica. El presidente insistió en la necesidad de “intensificar la batalla ideológica, cultural y comunicacional”, repitiendo la fórmula de la “verdad de Cuba” frente a la “manipulación” y la “guerra mediática”. Según él, cada día de supervivencia del sistema constituye “una victoria” frente al “enemigo más poderoso”, a pesar de que los problemas más acuciantes –apagones, inflación, desabastecimiento, epidemias– tienen raíces esencialmente domésticas.
Sobre el evidente colapso hospitalario y la fuga masiva de profesionales de la salud, ni una palabra
Las alusiones al “bloqueo estadounidense” fueron constantes. Díaz-Canel habló de una “cantidad altísima de presiones” y de una intoxicación mediática capaz de distorsionar la percepción interna. Pero, incluso al citar la crisis sanitaria provocada por el dengue y el chikunguña, volvió a situar las fallas en un plano organizativo menor, la falta de personal para fumigar, problemas de seguimiento, deficiencias de control. Sobre el evidente colapso hospitalario y la fuga masiva de profesionales de la salud, ni una palabra.
El presidente pidió actuar “sin improvisaciones”, promover “liderazgos colectivos”, fomentar la crítica y la autocrítica y “enfrentar la corrupción de manera más decidida”, aunque la estructura política del país continúa sin mecanismos independientes de control, transparencia o fiscalización ciudadana. En un ejercicio ya habitual en las intervenciones del PCC, Díaz-Canel enumeró problemas que el propio sistema genera y perpetúa, pero sin admitir el origen político de esas disfunciones.
El Pleno abordó también la situación económica del país, marcada –según el primer ministro, Manuel Marrero Cruz– por un escenario de “economía de guerra”. El programa gubernamental para “corregir distorsiones y reimpulsar la economía” acumula 106 objetivos, 342 acciones y 264 indicadores, un diseño que contrasta con la escasez crónica de resultados tangibles. La narrativa oficial insiste en la necesidad de “priorizar tareas”, “integrar actores” y “movilizar reservas”, pero el balance presentado confirma que el país opera con déficit de combustible, apagones prolongados, bajos niveles de producción y graves restricciones de divisas.
El ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, admitió que las últimas semanas han sido “extremadamente difíciles”, marcadas por la pérdida de generación y la incapacidad para garantizar la estabilidad electroenergética. Ni siquiera los nuevos parques solares fotovoltaicos, celebrados como un avance estratégico, compensan la tecnología obsoleta y la falta de combustible que siguen provocando apagones de hasta 18 horas en varias provincias.
El mensaje, idéntico al que el oficialismo ha repetido durante décadas, desplaza la atención del fracaso administrativo hacia la lealtad ideológica
Otro de los frentes críticos tratados fue la crisis epidemiológica. El ministro de Salud, José Ángel Portal Miranda, reconoció que Cuba enfrenta un desafío “extraordinario”, con epidemias de dengue y chikunguña agravadas por la falta de insumos, equipos de fumigación, reactivos de laboratorio y medicamentos básicos. Añadió que muchos territorios presentan problemas serios de control vectorial, saneamiento y abasto de agua, un deterioro estructural que el Gobierno ha sido incapaz de revertir durante años. La respuesta oficial, nuevamente, insistió en la “participación popular” como solución ante la ausencia de recursos institucionales.
En medio de este panorama, el PCC volvió a colocar la “unidad” como piedra angular del proyecto político. Díaz-Canel afirmó que la unidad “se forja participando” y que es la garantía de que Cuba seguirá siendo “libre, independiente y soberana”. El mensaje, idéntico al que el oficialismo ha repetido durante décadas, desplaza la atención del fracaso administrativo hacia la lealtad ideológica. La participación, sin embargo, se limita a mecanismos de consulta sin capacidad decisoria real.
El Pleno cerró con la confirmación de lo que ya se había anticipado, es decir, no habrá cambios estructurales que alteren el monopolio político del PCC ni la planificación centralizada que mantiene paralizada la economía. Todo se concentra en “corregir distorsiones” sin tocar la raíz de esas distorsiones: el propio modelo. Ni apertura política, ni liberalización económica real, ni autonomía empresarial plena, ni respeto a los derechos cívicos. El Partido vuelve a proclamarse árbitro absoluto del futuro del país y custodio de una unidad que se exige, pero no se construye desde la pluralidad.
Llaman la atención los escasos comentarios en las publicaciones oficiales, una muestra del desinterés popular en este tipo de encuentros. El sistema insiste en que los problemas del país se resolverán “con nuestros propios esfuerzos”. Los cubanos, que llevan décadas escuchando lo mismo, ya conocen la letra de esa canción, y están hartos.
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