Una vez que lo ponemos en marcha, el prototipo Eagle se desliza por un desierto accidentado y lleno de rocas. A pesar de su peso, la conducción resulta ligera. Y su suspensión es milagrosa: al desplazarse por pendientes y cráteres, el cambio de elevación se nota muy poco, lo que resulta casi desconcertante. Se puede describir como un camión, pero al estar más cerca del suelo, me siento más como si estuviera en la cuatrimoto más resistente y estable del mundo.
Los futuros astronautas del programa Artemis podrán conducir el Eagle a una velocidad máxima de 26 km/h. Es la velocidad máxima que se necesita para conducir en la Luna, donde la falta de atmósfera y la gravedad más débil hacen que frenar lleve mucho más tiempo que en la Tierra. A esos astronautas les alegrará saber que el LTV también parece casi imposible de volcar mientras serpenteo por la maleza.
Cyrus y su equipo esperan que su experiencia conduciendo su vehículo en tierra firme les dé una ventaja en el concurso de la NASA. “Muchos de nosotros hacemos todoterreno en Colorado”, dice. Y eso ha inspirado varias decisiones de diseño para su LTV. Las herramientas geológicas no tienen porqué estar ocultas dentro del vehículo; en el LTV que me muestran, están pegadas a una variante de los paneles MOLLE: rejillas que permiten a los conductores (ya sean terrícolas o astronautas) fijar y desmontar herramientas con facilidad. “¿Por qué reinventar la rueda?”, dice el director de Lunar Outpost.
Hablando de eso, la composición de los neumáticos del Eagle, cortesía de Goodyear, sigue siendo secreta, pero Cyrus señala que han “realizado una cantidad increíble de pruebas” con ellos, incluso en pendientes de 30 grados similares a las lunares, en vacíos térmicos y en máquinas torturadoras diseñadas para hacerlos girar hasta que se desintegran. (En el espacio, si un neumático del LTV se rompe, podría ser un problema irreparable porque, al menos por ahora, no hay talleres en la Luna).
Y aunque se puede acoplar un remolque al Eagle, hay un amplio espacio de almacenamiento detrás de su cabina, lo que permite al vehículo transportar 2.4 toneladas de equipo (incluidos dos astronautas). Al igual que el desierto de Colorado que nos rodea, la Luna tiene muchas zonas irregulares y precarias. “No quieres tener que tirar un remolque para poder cumplir tu misión”, comenta Cyrus.
El polvo de Colorado no es ni de lejos tan corrosivo como el de la Luna, por lo que las protecciones habituales para la conducción todoterreno no sirven para el Eagle. Por eso, además de sellar todos los engranajes y enchufes del entorno exterior, los ingenieros de la empresa diseñaron la parte inferior del chasis con una serie de ranuras y conductos que permiten que el polvo penetrante fluya a través de él.
El desierto del sur de Colorado ha sido de gran ayuda para el equipo. Pero “nada supera el funcionamiento del rover en el espacio”, reconoce Cyrus. Aunque le entusiasma ver su uso comercial, lo que realmente le anima es la idea de que Eagle “pueda ser la columna vertebral del programa de movilidad Artemis“. “Acabamos de sacar un juego de Lego”, dice, una versión en miniatura del Eagle. Verlo en la tienda “fue uno de los mejores momentos de mi vida hasta ahora”. Imagino que estará a la altura de ver al Eagle en la Luna.
Ubicación: Hawthorne, California
Tipo de LTV: Crustáceo ágil
Es difícil describir lo que estoy viendo. Es una rareza metálica plateada y cuadrada, con ruedas. No desentonaría en The Expanse. Se trata del rover Flexible Logistics and Exploration, o FLEX. Es el único objetivo de desarrollo de Astrolab. Y están seguros de que es el vehículo vanguardista que busca la NASA.
El fundador y director ejecutivo de Astrolab, Matthews, comenzó su carrera en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, donde trabajó en los rovers Spirit, Opportunity y Curiosity de Marte. Luego trabajó para SpaceX durante un tiempo, entre otras cosas en Starship, el colosal vehículo de lanzamiento reutilizable que transportará prácticamente cualquier cosa a la Luna, desde tripulación hasta carga.
Esa experiencia con SpaceX hizo que Matthews viera a nuestra compañera lunar de otra manera. No debería ser solo un destino de vacaciones para los astronautas. Debería ser un lugar habitado, un entorno de trabajo. ¿Cómo podía ayudar a hacer realidad esa visión? En enero de 2020, fundó Astrolab, y FLEX se convertiría en su solución. Su equipo se ha centrado en un diseño que se apoya en gran medida en la robótica.
“Nuestro rover es el que menos se parece a un coche”, reconoce Matthews. Su chasis elegante, pero angular, con forma de herradura, es su característica más peculiar. El tren de aterrizaje abierto puede sujetarse a cualquier carga que se encuentre debajo y transportarla, de forma similar a como una hembra de cangrejo gigante terrestre lleva los huevos en su parte inferior.
La compacta sede central de Astrolab se encuentra muy cerca del campus de SpaceX en California. Una vertiginosa etapa del cohete Falcon 9 se erige frente al gigantesco complejo de la empresa de tecnología espacial como un monumento a su notable éxito. Astrolab aún no cuenta con nada similar.
Pero poco después de mi llegada, su rover FLEX, el vehículo que alberga sus aspiraciones, entra rodando en el abarrotado estacionamiento delantero, sobresaliendo por encima de los automóviles terrestres que lo rodean. El prototipo funcional que me muestran tiene una serie de compartimentos cúbicos en la parte delantera, uno de los cuales puede albergar herramientas o componentes del brazo robótico. Los dos astronautas, en lugar de sentarse, se suben a la cabina y se quedan de pie o se recuestan mientras conducen.
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