Su equipo identificó a Mirasaura como miembro de un extraño grupo de reptiles arborícolas llamados drepanosaurios.
Los drepanosaurios, que se encuentran en Norteamérica y Europa, se comparan a veces con los camaleones, explica Spiekman. Pero eran mucho, mucho más raros: tenían cuerpos en forma de tonel, hombros jorobados y grandes ojos orientados hacia delante sobre cráneos en forma de pico, parecidos a los de las aves. Muchos tenían pulgares oponibles y colas prensiles parecidas a las de los monos, y algunas especies presentaban una garra en la punta de la cola.
“Para mí, el análogo más cercano es un oso hormiguero pigmeo”, asegura el paleontólogo.
Mirasaura también proporciona la clave para resolver un antiguo enigma del Triásico, asegura Michael Buchwitz, paleontólogo del Museo de Historia Natural de Magdeburgo, en Alemania, que no participó en el estudio. En 1970, un paleontólogo ruso publicó un artículo sobre Longisquama, un reptil fragmentario con una serie de estructuras largas y plumosas procedente de Kirguistán.
El descubrimiento de Longisquama proporcionó inicialmente argumentos a los investigadores descontentos con la entonces controvertida teoría de que las aves descendían de los dinosaurios.
Pero a medida que se acumulaban pruebas abrumadoras que revelaban la conexión entre aves y dinosaurios (incluidos fósiles que demostraban que las plumas y estructuras similares estaban muy extendidas entre dinosaurios y pterosaurios) nadie sabía muy bien qué hacer con el enigmático Longisquama, ni cuál era su lugar en el árbol genealógico de los reptiles, afirma Buchowitz. La mayoría optó por ignorarlo.
Ahora, sin embargo, el descubrimiento de Mirasaura ha permitido al equipo de Stuttgart identificar finalmente Longisquama, también, como un drepanosaurio perdido hace mucho tiempo. “El enigma ha quedado resuelto”, dice Buchowitz.
Los penachos superpuestos de las extrañas crestas de Mirasaura y Longisquama se parecen a primera vista a las plumas, dice Spiekman, en el sentido de que muy probablemente están hechos de queratina, una proteína estructural clave que compone todo, desde las uñas y las escamas hasta el pelo y las plumas. “Sobresalen verticalmente del cuerpo y son largas. Se habrían sentido como una pluma rígida”.
El equipo también encontró melanosomas conservados (células productoras de pigmento) dentro de las estructuras que se parecían más a los que se ven en el plumaje de las aves que a las escamas de los reptiles o el pelo de los mamíferos, dice el paleontólogo. Pero en lugar del típico patrón de ramificación de los filamentos de queratina que se observa en las plumas verdaderas, los penachos de drepanosaurio parecían formarse en una única lámina lisa alrededor de su cresta central.
“Lo que tenemos aquí es un notable ejemplo de evolución convergente, quizá el más asombroso que he visto nunca”, sostiene Brusatte. “No eran imitadores de aves. Eran aves que los imitaban”.
Dado que los drepanosaurios pertenecían a una rama evolutiva de la familia de los reptiles mucho más antigua que la que dio origen a los lagartos, cocodrilos y aves modernos, según Spiekman, esto sugiere que las adaptaciones genéticas para fabricar estos apéndices tegumentarios surgieron muy pronto en el árbol evolutivo de los vertebrados.
Queda por ver hasta qué punto estaban extendidas estas crestas plumosas en la familia de los drepanosaurios, comenta el autor, y cómo se formaban exactamente. Pero el hallazgo también abre la posibilidad de encontrar más estructuras similares a plumas en otras familias de reptiles del registro fósil.
Para el paleontólogo, los extravagantes trepadores como Mirasaura (con sus colas de mono, patas de camaleón, cabezas parecidas a las de los pájaros y crestas similares a las plumas) están “cambiando la imagen de lo que es un reptil”.
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