▲ John Fogerty, líder de Creedence, durante su presentación en el Coloso de Reforma.Foto cortesía de Ocesa
Hernán Muleiro
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Miércoles 1º de octubre de 2025, p. 8
El enorme vestíbulo del Auditorio Nacional es un gran patio techado de bebidas que podría pertenecer a algún centro comercial. No alcanza con observar al público para identificar quien se presentó el lunes, ya que la audiencia abarca tres generaciones vestidas, según el caso, como señoras vestidas formal, godines, veteranos de Avándaro y chavos en sus primeros conciertos, todos fueron acelerando el paso en lo que se acercó la hora.
Creedence fue una banda con una relación singular con su generación: tocaron en Woodstock, fueron inspirados por el movimiento contra la guerra de Vietnam y el flower power, pero su imaginario y su sonido siempre remitió más a un bar con cerveza de alta graduación etílica y muebles de madera noble, antes que el paisaje boscoso y fuera de foco que conforma el arte de su debut homónimo de 1968. Sin dejar de ser una banda inequívocamente de su época, el idealismo jipi chocó en Creedence con el pragmatismo de tener que trabajar el día siguiente.
Fueron un grupo con la imaginación entre Nueva Orleans y el mundo rural gringo, curioso para una banda californiana de fines de los años sesenta, ya que allí es donde migraron miles de jóvenes en busca de un destino más acorde al estilo de vida del rocanrol. Fue una lógica que impactó en todos los grupos de su era; el rock no se trató de estar conforme con su lugar geográfico de pertenencia, necesitó de una fantasía escapista para abrirse camino hacia el otro lado, por ejemplo, en la idealización de Texas de los grupos bluseros de Inglaterra, como The Rolling Stones.
No quedan asientos vacíos y John Fogerty fue directo al grano abriendo con Bad Moon Rising, escuchando se entiende una de las cualidades de Fogerty, esa capacidad para contar un enorme presagio negativo, narrado sin adornos, concreto en su música y en sus palabras. Los éxitos de Fogerty con Creedence, que se cuentan por docenas, pasaron uno tras otro como golpes de boxeador, y tienen un elemento en común: ser himnos paganos, perdurables para las generaciones venideras, pero partiendo desde la primera persona y la experiencia del autor. Fogerty puede referenciar a sus canciones dentro de otras y seguir conmoviendo, como en Have You Ever Seen The Rain? y Who’ll Stop The Rain?
Se agradece la energía extra del grupo que rodea al mito, conformado parcialmente por tres de sus hijos. Es que cuando se presenta un artista con un catálogo imponente, suele bastar con tocar correctamente y recordar el nombre de la ciudad del concierto para conformar al público.
Sonó Fortunate Son, canción que habla de cierto disenso en el nacionalismo yanqui, y suele ser utilizada para sus actos patrióticos, aprovechamiento que Fogerty clarifica proyectando de fondo un letrero que invita a quemar las tarjetas de reclutamiento para la guerra de Vietnam. Hubo tiempo en el set para Fight Fire , de The Golliwogs, grupo, sobre el que Fogerty contó: “Los empresarios discográficos nos pedían que sonáramos como los británicos, nosotros teníamos 19 y ellos tenían 90”. Ver en vivo a John Fogerty es también asistir a una clase de historia con uno de sus protagonistas como narrador.
Al final John y su banda elevaron una copa de champaña en un brindis hacia el público. Es que este concierto no se trató de tocar las rolas viejitas, sino de que, a los 80 años, el líder de Creedence recobró la posibilidad de grabar y ejecutar el catálogo de su viejo grupo, luego de una larguísima batalla: “Algún día la historia de cómo recuperé mis canciones será estudiada en Harvard, Yale y la Universidad de México y se hablará del conflicto legal. La verdad es que mi estrategia fue sobrevivir a todos esos hijos de perra”.
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