Los cánones de belleza han cambiado muchísimo a lo largo de la historia. Si en el pasado se buscaba la mayor palidez como signo de riqueza, hoy en día nos gastamos dinerales en autobronceadores para dar un aspecto más oscuro a nuestra piel. Mientras que hubo una época en la que lo que se llevaba era tener algo de sobrepeso, de nuevo para demostrar un buen estatus, en la actualidad nos obsesionamos con dietas milagrosas para no ver subir el número de la báscula. Es un hecho que los cánones de belleza cambian, pero nunca lo habían hecho tan rápido como en la era de internet y los filtros de Instagram.
Ahora no se lleva un color de piel, un corte de pelo o una cantidad más o menos alta de peso corporal. Intentamos parecernos a esa imagen de nosotros mismos que nos muestran los filtros de Instagram o tener el cuerpo de nuestra influencer fit de confianza. Todo cambia a un ritmo vertiginoso, pero, de algún modo, nuestro cerebro se adapta. Porque, sí, según acaba de explicar en The Conversation la neurocientífica Laura Elin Pigott, todos esos cambios en los cánones de belleza se adhieren a nuestro cerebro y nos hace percibir de un modo distinto lo que es bello y lo que no.
Esta idea puede parecer desalentadora, ya que nos podría hacer pensar que está todo perdido. Si las redes sociales manipulan la sala de control de nuestro organismo, ¿qué vamos a poder hacer nosotros? Pero la realidad es que es una buena noticia. Y es que, si el cerebro puede aprender sobre nuevos cánones de belleza, con el suficiente entrenamiento también puede desaprender. Podemos educar nuestra mente para no caer en la obsesión y el malestar que nos generan a veces los filtros de Instagram o las imágenes idealizadas de algunos creadores de contenido. Saber cómo funciona nuestro cerebro nos empodera.
¿Cómo hackean nuestra mente los cánones de belleza?
Hace muchos años que se sabe que cuando vemos una cara bonita se activan nuestros sistemas de recompensa. Es decir, experimentamos una sensación de placer que nos hace querer seguir viendo esa cara. Esto tiene un sentido evolutivo, ya que generalmente la belleza, desde el punto de vista más objetivo, es un signo de salud. Alguien saludable es un buen candidato para procrear y perpetuar la especie. Pero claro, es imposible que la subjetividad no entre en juego.
Cuando nacemos, lo único que nuestro cerebro concibe como bello es la simetría en las caras. No obstante, con los años, aquello que vemos mucho suele ser lo que se interpreta como signo de belleza. Por eso se forman los cánones de belleza. Si vemos muchas veces a personas con el mismo corte de pelo a la moda o una constitución similar y además nos bombardean con la idea de que eso es lo bonito, nuestro cerebro se adapta.

De hecho, según señala Pigott, hay estudios que demuestran que las personas refieren que una cara les parece más bonita cuando la han visto muchas veces. Además, con el tiempo se activaban mucho más las áreas cerebrales vinculadas a la recompensa y el reconocimiento facial cuando ven esas mismas caras.
Esto, por lo tanto, tiene mucho que ver con las redes sociales. Si vemos siempre el mismo modelo de belleza en las redes sociales, sentiremos que lo bonito es eso. Por ejemplo, si nuestro algoritmo no para de mostrarnos vídeos fit de mujeres explicando cómo tener un glúteo perfecto conforme de P, desearemos tener ese glúteo, ya que interpretaremos que eso es lo que rige los cánones de belleza.
¿Y qué pasa con los filtros de Instagram?
En el artículo de The Conversation se menciona también un estudio muy desalentador, en el que se vio que, al exponer a los participantes a imágenes de rostros mejorados digitalmente, su respuesta cerebral era más débil con las caras reales. Ya no sentían esa sensación de placer con los rostros naturales. Todo esto es lo que ocurre con los filtros de Instagram. Nos acostumbramos a esas caras de porcelana, sin poros en la piel, con ojos gigantes y pestañas de mariposa, y ya la realidad nos parece poca.
Hay esperanza
Todo esto es bastante preocupante, pero, en realidad, también es una buena noticia. Y es que no podemos olvidarnos de la plasticidad de nuestro cerebro. Tenemos la capacidad reconectar nuestras neuronas para adaptarlas a los cambios. El núcleo accumbes y la corteza orbitofrontal son áreas cerebrales asociadas al aprendizaje y al recompensa, que pueden adaptarse si nosotros las entrenamos para ello.


Por eso, si cambiamos nuestra forma de consumir redes sociales, también podemos cambiar cómo percibe nuestro cerebro los cánones de belleza. Si educamos a nuestro algoritmo para que nos muestre variedad de cuerpos, colores de piel y rostros, enriqueceremos lo que nuestra mente concibe como bello. Y, sobre todo, nos quitaremos de los hombros ese peso que tiene la estética sobre nosotros. Viviremos más libres, sin compararnos continuamente con cánones de belleza artificiales, creados por filtros de Instagram o por rutinas inasumibles para la mayoría de los mortales. Un algoritmo en paz es también un cerebro en paz y a veces no valoramos eso lo suficiente.
DERECHOS DE AUTOR
Esta información pertenece a su autor original y fue recopilada del sitio https://hipertextual.com/ciencia/filtros-instagram-canones-belleza-cerebro/
