El viaje final de Salvador Lemis, maestro de la imaginación

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By ndh
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Madrid/Ha muerto el dramaturgo cubano Salvador Lemis en su exilio en México, a la temprana edad de 63 años. Aunque nunca nos conocimos personalmente, mantuvimos un intenso intercambio de mensajes durante 2021, mi último año en Cuba. Hace unos días, al recibir noticias sobre su gravedad, corrí de inmediato a aquel epistolario encapsulado en Messenger y le escribí, sin recibir respuesta. Hoy, varios amigos me confirmaron que su partida es cierta.

Sentí una profunda admiración por Lemis desde que leí Gálapago, una obra considerada un clásico del “teatro para niños”, aunque siempre me pareció un clásico de todo el teatro cubano —y un poco más allá. Ambos somos holguineros nacidos bajo el signo de Leo, aunque él lo hizo dos décadas antes, el 29 de julio de 1962. También compartimos el título de licenciados en Arte Teatral por el Instituto Superior de Arte, así como la misma aversión por las dictaduras.

Pero Lemis tuvo luz larga y partió a México en los años noventa, donde pudo ampliar sus estudios y desarrollar aún más su obra. Obtuvo una maestría en Psicoterapia Colaborativa Posmoderna, lo que evidencia su interés por explorar los vínculos entre la dramaturgia, la psicología y la creación escénica. Además, desempeñó diversos roles como profesor universitario de actuación, dirección escénica y dramaturgia. Fue director del área de Teatro en instituciones de Yucatán, editor literario, guionista de televisión y conferencista en múltiples seminarios y talleres.


Sentí una profunda admiración por Lemis desde que leí Gálapago, una obra considerada un clásico del “teatro para niños”, aunque siempre me pareció un clásico de todo el teatro cubano

Entre sus obras dramáticas destacadas se encuentra La ciruela (1996), galardonada con el Premio Bellas Artes Baja California de Dramaturgia Luisa Josefina Hernández. Otros de sus títulos demuestran un interés constante por la reflexión sobre el arte, la libertad y la condición humana: El extraño caso de los espectadores que asesinaron a los títeres, Soy un marciano, entre otros. Su dramaturgia se distingue por la tensión entre el absurdo, la metáfora social y la exploración de la identidad, así como por su capacidad de dialogar con públicos adultos e infantiles. Asimismo, su labor docente y sus talleres han formado generaciones de creadores en México y Cuba.

Lemis nos deja un legado integrado por un corpus de obras que transitan entre la introspección psíquica, el teatro político y la fábula, ofreciendo múltiples entradas al pensamiento escénico. También nos deja una práctica formativa de alto impacto, que fortaleció el teatro en instituciones mexicanas y tendió puentes entre el exilio cultural cubano y el ámbito latinoamericano. Su vida estuvo dedicada a una creación libre y comprometida, demostrando que el teatro puede transformar conciencias sin renunciar al encanto del juego y la diversión.

Durante nuestra comunicación, muchas veces me pedía contraseñas: “Para saber que eres tú… ¿Cómo se llamaba el festival de la facultad de teatro y el río de Galápago que pasa por ahí?”. A mí me causaba cierta risa, pero resultaba evidente su desconfianza hacia el régimen cubano y su preocupación por la situación en la que yo me encontraba entonces.

Cuando le pregunté si pensaba ir a Cuba alguna vez, me respondió con amargura, aunque sin perder el humor: “Cuando mueran todos los vejestorios que me hicieron la vida un yogurt… pa’ escupir sus tumbas”. Y luego de una carcajada añadía: “Trataré de ir con catarro”.

Sin embargo, su optimismo nunca flaqueó: “Algún día no muy lejano, Cuba volverá a ser un país de guateques y trenes atravesando los campos sembrados de cosas ricas”.


Su optimismo nunca flaqueó: “Algún día no muy lejano, Cuba volverá a ser un país de guateques y trenes atravesando los campos sembrados de cosas ricas”

Guardo uno de sus últimos mensajes como una reliquia: “Quiero una Cuba donde haya jutías, guateques, trenes, guaguas, triciclos, cafeterías, playas libres, hoteles para familias cubanas, globos, caramelos, supermercados, revistas, carnets de identidad que no sean cruces, muchos partidos de muchos colores e ideas, jugueterías, panaderías, tiendas de sombreros y sombrillas, pasaportes libres y baratos; que los Discursos permanezcan prohibidos; que haya medicinas y oxígeno; pasarelas de ropa bonita; más universidades sin dogmas; que se prohíban los internados y se siembren árboles; que no se repitan las viejas consignas cheas; que haya chocolates y yogurt… Sin adiestramiento estilo Pavlov… O sea, sin esos rufianes, jenízaros ni momias”.

Vuela en paz, querido Lemis. Que encuentres en Galápago o en Marte un rinconcito hermoso y libre para seguir creando. Que no te falte público ni aplausos en el lugar al que vayas. Los mereces.

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