una conversación en La Habana

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By ndh
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La Habana/La Habana volvió a vivir, durante poco más de una hora, uno de esos raros momentos en que la literatura logra imponerse al apagón y la precariedad. El Ateneo de La Habana se llenó hasta desbordarse para escuchar a Leonardo Padura hablar de Mario Vargas Llosa, en una conversación moderada por Rafael Grillo y organizada por La Tertulia. La atención sostenida y la diversidad del público confirmaron que la literatura sigue convocando en Cuba, a pesar de la crisis, la censura y los temores a la hora de tocar ciertos temas.

El salón, de paredes desconchadas y ventiladores que apenas refrescaban el invierno tropical, estaba repleto mucho antes de comenzar. Lectores de distintas generaciones ocuparon cada silla disponible; otros se sentaron en el suelo, se apoyaron en las paredes o permanecieron de pie durante todo el encuentro. Entre los asistentes se reconocían escritores, editores, artistas, profesores universitarios y lectores habituales, mezclados sin protocolos ni jerarquías visibles. 

El salón estaba repleto mucho antes de comenzar.
/ 14ymedio

Rafael Grillo condujo el diálogo con sobriedad y precisión, evitando el tono laudatorio y apostando por preguntas que situaron a Vargas Llosa en el centro del debate literario, no en el terreno de la polémica política superficial. Desde el inicio quedó claro que no se trataba de un homenaje acrítico, sino de una lectura razonada de una obra central de la narrativa en español. Padura sabe que hablar de Vargas Llosa en la Isla implica asumir contradicciones, zonas de conflicto y una trayectoria intelectual que no se deja reducir a consignas.

El autor cubano se reconoció admirador de la obra vargasllosiana, sobre todo de Conversación en La Catedral, novela que definió como una de las cumbres indiscutibles del siglo XX. Detalló la obsesión del escritor peruano por el poder, por los mecanismos de dominación y por la degradación moral que producen las estructuras autoritarias. Subrayó, además, la tensión entre el pensamiento liberal de Vargas Llosa y una literatura que, en muchos pasajes, parece escrita desde una sensibilidad de izquierdas.

Uno de los momentos más comentados fue cuando Padura recordó anécdotas personales de su primer encuentro con Vargas Llosa. La primera vez que lo abordó, bajando de un avión, se le acercó diciéndole que era muy amigo de Ambrosio Fornet, con quien el peruano había compartido estudios en Madrid durante su juventud. Luego le confesó: “Maestro, quería decirle solo una cosa para no molestarlo: cada vez que empiezo a escribir una novela me leo Conversación en La Catedral”.

Entre los asistentes se reconocían escritores, editores, artistas, profesores universitarios y lectores habituales.
Entre los asistentes se reconocían escritores, editores, artistas, profesores universitarios y lectores habituales.
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El diálogo abordó también la relación de Vargas Llosa con la Revolución cubana. Padura recordó que el entusiasmo inicial del escritor peruano fue compartido por buena parte de la intelectualidad latinoamericana de los años sesenta y que la ruptura no fue inmediata. El quiebre definitivo llegó en 1971, tras el caso Padilla, cuando Vargas Llosa encabezó la carta de protesta contra la detención y la autocrítica forzada del poeta cubano. A partir de ese momento –señaló– la distancia fue irreversible, y el escritor entendió que el proyecto revolucionario había traicionado principios básicos de la libertad intelectual.

El público escuchó en silencio, sin interrupciones ni gestos de impaciencia. Las preguntas finales confirmaron el nivel de atención y la necesidad de estos espacios. Se habló de literatura y política, de censura y de mercado, en un país donde el precio de un libro en Europa equivale al salario de dos meses de un cubano promedio. También hubo referencias a Donald Trump y al contexto actual de la región, donde reaparecen viejas historias que “los cubanos escuchábamos en cuarto grado”, como la Doctrina Monroe y las cañoneras.

Padura insistió en que su relación con Vargas Llosa siempre se ha mantenido en el plano literario, sin exigencias de alineamiento ni concesiones, como si la literatura fuera el último territorio donde todavía es posible conversar sin condiciones previas.

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