En medio del caos y el dolor ante la mayor tragedia del último siglo en la capital mexicana, trabajadoras y trabajadores del Instituto Mexicano de la Radio llevaron a cabo su tarea de informar.
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Escucha el especial sobre cómo el IMER mantuvo informada a las audiencias durante el sismo de 1985.
Carolina López Hidalgo
Hace cuarenta años, el sonido de la tierra nos dejó sordos. Ese crujir de las paredes, los suelos, los vidrios, los ladridos de perros, los pájaros volando. Por un instante, dejó de sonar la radio y la televisión, entre ellos el IMER. Fueron segundos de desconcierto, tras el movimiento de magnitud 8.1 en la escala de Richter.
El joven periodista Lázaro Tenorio tomó los micrófonos.
“De la mañana del jueves 19 de septiembre de 1985 a las 7 de la mañana con diecinueve minutos. Entré y salí a las tres de la tarde de corrido, informando de lo que había causado este sismo de magnitud 8.1 con epicentro en el estado de Michoacán en la desembocadura del río Balsas. Una duración que tuvo de minuto y medio que fue una eternidad. La Ciudad de México era un caos, sin luz, sin medios de comunicación, todo estaba colapsado y la población quería saber de sus familiares que vivían edificios que se habían derrumbado. Algunos teléfonos públicos eran los que funcionaban y las personas se formaban para tratar de hablar con sus familias”.
La conductora y jefa de información, Mónica Sánchez no llegó a tiempo por el caos que vivía la ciudad. Al llegar a la casa ubicada en Margaritas 18, colonia Florida, en donde aún se transmitía el Sistema Nacional de Noticiarios, se encontró con el silencio.
“Cuando llegué, me enteré de las dimensiones de lo que había sucedido y me dirigí a la cabina. Ya estaba mi compañero dentro de la cabina transmitiendo, pero yo no le había sentido entrar a la cabina. La verdad es que lo importante en aquel momento era recabar información. Así que me dirigí a la redacción, los tele, en aquella época se usaban los tele, pues estaban silenciosos, enmudecieron. No estaban transmitiendo, así que por unos escasos minutos hubo un silencio de información, un vacío de información, pero fue por muy poco tiempo porque al poco rato sonó el primer timbrazo y era un reportero que me llamaba para relatarme todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Luego llegó otra llamada, otra llamada y otra llamada de los reporteros y así fue como se armó pues la avalancha de información que empezamos a transmitir”.
La comunicación fue llegando a cuentagotas, no existían celulares que nos advirtieran la catástrofe. El conductor Enrique Lazcano recuerda que iba a las oficinas ubicadas en la calle Doctor Barragán 642, colonia Narvarte, que estaban siendo acondicionadas para ser la nueva sede de IMER, a partir del 22 de septiembre de aquel año. Cuando llegó, fue testigo del desastre que vivían algunos compañeros.
“Yo el día del temblor, no me había dado cuenta de la magnitud porque donde yo vivía que era en Satélite que casi no se había sentido. Yo no había prendido el radio, veo a una persona corriendo con una bata de hospital en Viaducto y Cuauhtémoc. Y entonces dije, ¿Qué pasó? Yo iba ya al nuevo edificio a recoger mis boletos por Xola, me doy cuenta que el edificio no estaba. Todavía volteo y dije, me equivoqué de calle. Y no, el edificio estaba caído. Yo recuerdo haber llegado ahí, todavía me acuerdo, había una persona de servicio general, doña Flora, que a mí me tocó todavía ayudar a sacarla porque doña Flora había sido sobreviviente de la caída del edificio”.
La adrenalina del informador salió a la luz, como fue el caso del reportero Mario Antonio Morales, quien vivía por el Metro San Antonio Abad quien, tras mirar los huecos entre los edificios, intuyó el desastre. Comenzó a caminar y a mirar lo que sería uno de las catástrofes más grandes en la historia de nuestro país, cuyo impacto económico ascendió a más de mil millones de dólares.
“Y resulta que vino el chispazo y dije, pero si yo soy periodista y yo debería ya de estar pues buscando cómo informar. La casa de mi madre estaba en el metro San Antonio Abad y veo la primera imagen y ahí fue cuando comprendí que estaba frente a una gran tragedia, que fue el conjunto de Pino Suárez. Y cuando no veo las torres dije, no, esto esto no fue cualquier cosa, esto sí fue una tragedia. Ahí empieza la cobertura, la la tristeza porque no te podías separar pues de tu condición humana. Pues lo que pasaba éramos radio y teníamos algunos teléfonos, cabinas telefónicas que funcionaban. La radio toma mano en esta comunicación sobre la tragedia y entonces sí teníamos frente a nosotros una una gran responsabilidad para estar señalando a mucho mexicano fuera y dentro de la propia ciudad, en una gran incertidumbre lo que estaba sucediendo”.
Oscar Navarro, reportero del IMER, recuerda que después del sismo, miró el polvo que salía del edificio donde se ubicaba la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Se echó a andar y mirar la destrucción que ocasionó la naturaleza. Al llegar a Tlaxcoaque, sede de la Policía, pudo subir al helicóptero y observó todo.
“Me tocó caminar por todo lo que es la calzada de Tlalpan porque no había transporte, el metro no estaba funcionando y ahí me tocó ver lo de las costureras, se estaban inundando los puentes por los que atravesaba, uno por la calzada de Tlalpan de un lado a otro. Conforme fui caminando, llegué a Tlaxcoaque, iba a despegar un helicóptero, un cóndor y como reportero yo ya tenía más o menos ahí contactos, me alcancé a subir y ya me di cuenta del tamaño del sismo. Porque se veía la Ciudad de México sobre todo el centro históricos, como o si lo hubieran bombardeado, se alcanzaba a ver, por ejemplo, el conjunto Pino Suárez, que fue la primera imagen que tuve. Todo era polvo, todo el mundo corría para todos lados, un olor a gas muy penetrante, heridos. Corría una de las ambulancias de rescate, yo y varios reporteros que estaban en ese momento también ahí llegando y empezamos a ir por toda la zona del centro”.
Fueron los reporteros del IMER quienes, a través de sus reportes, dieron la noticia: informaban sobre edificios caídos, gente atrapada, gritos entre los escombros, llanto y desolación de amigos, padres, abuelos, madres e hijos que no encontraban a su familia, sus hogares, sus negocios, lugares de trabajo.
“Encontré una cabina, no sé, afortunadamente tenía línea para comunicar. En ese momento me comuniqué con la dirección denoticieros del IMER y les indiqué lo que estaba pasando. Lo primerito, pues era que diera una narrativa qué veía yo. Entonces decía pues que edificios estaban derrumbados, gente corriendo, lágrimas, familias que estaban ya buscando a integrantes que no que no veían ya dentro de sus edificios o casas. Empezaba la verdadera tragedia ya a ser informada y entonces cobraba ya otra dimensión porque ya empezaban a circular pues primeras datos de cuáles edificios ya no estaban de pie, tenían gente atrapada, de dónde se necesitaba la ayuda y ahí entonces comenzaba ya una vorágine de información que bueno, yo creo que no había medio que dijera, ‘Ya tengo todo toda la comunicación bajo control o toda la cobertura bien llevada’. No, este realmente la íbamos tomando conforme caminábamos o conforme nos fuera sorprendiendo”.
Sin más que una grabadora, la palabra y los teléfonos públicos que funcionaban en ese entonces, comenzó el trabajo informativo del IMER, un instituto dolido por compañeros que estaban bajo los escombros, un edificio derruido y su propia incertidumbre. Pero la necesidad de informar estaba ante ellos y ante todo.
“Veías a la gente que iba y venía, las ambulancias, los carros venían en sentido contrario. Me tocó ver con los bomberos cómo rescataron a un a el el Regis cuando se cayó. Estaba incendiado y estaba caído parcialmente y los bomberos se tuvieron que subir por los balcones a sacar a gente y y ¿crees que uno se ponía de arriba, agarraba la escalera? Detenía la escalera y otro abajo la detenía al otro piso de abajo y por ahí se bajaban. O sea, los bomberos también estuvieron haciendo muchas cosas, ¿no? Veías los tanques, salían que salían con los tanques de gas en encendidos, y lo primero que te decían, por favor, no no no no no fumen, no nada, pero pues todo había fumarolas y incendios por todos lados, ¿no? Pues había muertos en el conalep porque fue la hora en que entraban los muchachos a sus clases”.
Héctor Reséndiz era operador, personal de unidades móviles en el IMER. Las oficinas de operaciones estaban en una parte de los Estudios Churubusco, después del sismo, sin conocer la dimensión de lo ocurrido. Estaba a punto de salir de su casa para asistir a su lugar de trabajo, cuando recibió la llamada de la Cruz Roja donde era voluntario. Le pidieron presentarse en algún punto para comenzar su labor de rescate.
“Mi primera reacción fue checar que mi familia estuviera bien. Yo vivía ahí en la colonia Polanco eh por avenida Río San Joaquín y y lo Lo primero que hice fue asomarme para ver cómo estaba el el circuito, ahora sí, el puente y y decirle a la a la gente que venía corriendo que no corriera, que se fuera al jardín para que ahí se resguardara. Y esa fue mi primera reacción.
Posteriormente me hablan, gracias a Dios servían los teléfonos en ese momento, y me hablan de la Cruz Roja para decirme, ‘Oye, solicitamos de tu apoyo.’ Y ya en lugar de de irme hacia el trabajo, me dediqué exactamente a partir desde que fue el siniestro a hasta el el siguiente lunes que llegué yo a mi casa de regreso. Pues andar rescatando gente, repartiendo gente en los hospitales, buscando a gente también. Entonces, yo me diqué exactamente me enfoqué a la auxilio del de la gente”.
Otro de los espacios del instituto que se encontraba disperso tras su creación era Colima 161, en la Roma. Ahí tendría que ir el musicalizador Francisco de la Fuente, pero no llegó, ya que vivía en Tlatelolco. Su labor fue intentar ayudar a sus vecinos, amigos de infancia que fueron afectados, vio correr a la gente.
“Ante un evento de esa naturaleza, como que no te cae como decimos el veinte. Como que no te cae en el momento, sino que empiezas a ver poco a poco, poco a poco la situación y empiezas a que se te caiga todavía el 20. Cuando ya vi las dimensiones, me sentía muy muy apenadumbrado y recuerdo que mi mamá me dijo, ‘Oye, pues están haciendo labores de rescate en el Nuevo León’, que se llamaba el edificio que se cayó, porque varios de mis amigos, dos que conocía yo del kinder, jugaban conmigo y vivían en esa torre. Yo creo que la mejor manera que pude haberlo hechos que me ayudó muchísimo, fue el haber ido de rescatista y eso me puso en la dimensión de que, bueno, pues estás vivo y en lugar de lamentarte, de preocuparte, trata de ver en qué ayudas o cómo ayudas”.
Esos primeros minutos después del temblor llevaron a muchos a repensar lo importante, a ayudar al que estaba al lado, a dar vida al origen de la solidaridad capitalina, a informar y salir avante. Fueron horas en las que, a pesar del dolor y el caos, los compañeros mantuvieron los micrófonos en pie.
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