Noticias de Hoy
Los mejores medios en uno solo

¿La fiesta en paz?

82

▲ La bravura auténtica emociona; la docilidad pasadora, divierte. Por ello la tradición taurina de México debe retomar el rumbo sin pretextos.Foto archivo

M

ientras los guardianes del pensamiento único y los custodios de lo política y culturalmente correcto, comedidos advierten en las redes sociales si uno desea ver la imagen de un toro y un torero: Este video podría incluir contenido violento los contumaces empresarios taurinos instruyen a los comunicadores para que recomienden a sus audiencias acudir a las plazas como la mejor manera de apoyar la fiesta de los toros.

Son dos falacias que atentan contra la libertad y refuerzan posturas amañadas. La primera, al imponer su preocupación por lo que considera violento aunque 24 horas al día promueva múltiples formas de violencia; y la segunda, al pretender apoyar la fiesta de los toros independientemente del concepto de bravura. En ambos casos se quiere llevar el agua al molino de un humanismo artificial y de una tauromaquia comodona y convenenciera.

Las redes sociales ya sabemos a quién pertenecen, pero la tradición taurina de México es propiedad del alma de un pueblo y de millones de mexicanos involucrados con esta tradición de una manera o de otra, no de los cancerberos que se sueñan amos del planeta ni de los globalizonzos que los obedecen con disfraz de civilizados y de animalistas, de juececitos sensibles o de… tercos promotores de esa tradición, con un mezquino concepto utilitario que hace décadas la tiene secuestrada a ciencia y paciencia de gremios, aficionados, medios y autoridades.

Las cosas empeoraron cuando empresarios y toreros, de aquí y de allá, comenzaron a utilizar el término divertirse −distraerse, entretenerse−. El público se divirtió, declaraban muy ufanos después de haber montado su función, sin reparar en la desviación profunda de la casta, de la bravura y de la emoción −conmoción, turbación− que esta genera, en el extremo opuesto del relajo y el regocijo. A los toros se va a gozar sufriendo, dejó dicho García Lorca, pero los taurinos supusieron que era otra frase más.

Por fortuna, aún quedan toros y toreros que me obligan a ponerme positivo, que me convencen de que mi emoción ante ese milenario encuentro sacrificial es genuina y no compromiso de publicronista. Sin embargo, esa paulatina domesticación de la bravura por parte de ganaderos comerciales para el lucimiento efectista de toreros-marca y de diestros favorecidos, redujo el arte de la lidia a una mecánica predecible, estorbando los intentos de creación artística.

Empresas, ganaderos y toreros apoyarían de verdad a la fiesta de los toros y a su paciente público si fueran promotores y defensores de la bravura, del drama único que genera la embestida codiciosa, el encastamiento recíproco de hombres y bestias y su decisión de afrontar mutuamente desafíos reales para entonces, sólo entonces, intentar procedimientos estéticos en las suertes. Pero unos cuantos beneficiados apostaron por la embestida pasadora, debilitando a la fiesta con el aval de un espectador mal informado. Pero la bravura auténtica se siente, aunque se carezca de conocimientos.

Pozohondo, ganadería zacatecana de añeja estirpe, envió para la corrida del domingo 25 de febrero en la Plaza México seis ejemplares de hermosa lámina en el tipo del toro de lidia mexicano con edad y trapío, sin peso excesivo ni encornaduras exageradas sino con bravura en los tres tercios, recargando con los riñones en el puyazo y exigiendo en los toreros de a pie valentía, conocimientos y competitividad. Desacostumbrados a la bravura, no faltaron quienes con lupa buscaron ponerle peros a ese encierro, que de aquí en adelante servirá como referencia.

DERECHOS DE AUTOR
Este contenido pertenece a su autor original y fue recopilado de la página:
https://www.jornada.com.mx/2024/03/03/opinion/a07o1esp?partner=rss