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Pobres criaturas

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s abundante en el cine la sucesión de historias sobre científicos extravagantes, deseosos de igualar o mejorar la creación divina, con resultados a menudo desastrosos, sobre todo para el explorador temerario. La más socorrida de todas es, sin duda, la de Frankestein, basada en la novela homónima que la británica Mary Shelley escribió en su adolescencia, con versiones fílmicas que van desde el clásico de James Whale hasta las realizadas por Terence Fisher, Mel Brooks, Tim Burton, Andy Warhol / Paul Morrisey, sin olvidar El show de terror de Rocky, de Jim Sharman. Sin embargo, ninguna había intentado una versión femenina estelar de un personaje parecido, como ahora lo hace el polémico director griego Yorgos Lanthimos ( La langosta, 2015; La favorita, 2018) en Pobres criaturas ( Poor Things, 2023), su película más reciente.

Estrictamente, no se trata de otra adaptación de aquella novela gótica, sino de otro relato literario, Pobres criaturas, escrito en 1992 por el escocés Alasdair Gray, que rebosa de fantasía, visiones retrofuturistas, humor negro, comedia del absurdo, con una posible interpretación de lo que pudiera ser un monstruoso personaje con vocación feminista. Esa mujer estrambótica, de nombre Bella Baxter (Emma Stone), cuya existencia ficticia autor y cineasta ubican hacia fines del siglo XIX inglés, es originalmente víctima de un abuso conyugal que la lleva a arrojarse desde un puente en un fallido intento de suicidio, para ser luego rescatada de las aguas –agonizante, pero no en estado de rigor mortis, aunque sí de una preñez avanzada–, por el doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe), un cirujano interesado en recomponer la naturaleza, experimentando sobre la fisionomía de animales de granja y de seres humanos. Godwin –nombre corto, God– ensaya así transplantar, después de una cesárea, el cerebro del bebé al de la madre, haciendo de su nueva creación una mujer-niña con un lenguaje bizarro y una conducta irreverente capaz de exasperar a quienes la rodean, excepto a su padre putativo, quien le reserva una atención y una paciencia infinitas.

Pobres criaturas describe, en una explosión de artificios escénicos que van de lo estrambótico a lo gratuito, el proceso de aprendizaje y maduración de Bella Baxter, mismo que inicia con su exploración, fortuita y gozosa, de la sexualidad mediante el acto liberador de la masturbación. A ello sigue su inspección, insaciable y curiosa, de los hombres que se cruzan por su vida: Max Mc Candles (Ramy Youssef), discípulo de Godwin y pretendiente enamorado; Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un abogado disoluto, de ego hipertrofiado, que deseando descubrirle la vida mundana a Bella, terminará superado por su alumna voraz; y todos los personajes masculinos, en su mayoría ancianos, que solicitan sus favores, sucumbiendo a sus caprichos, en la breve incursión suya en el mundo parisino de la prostitución. Una Bella de día buñueliana con guiños a la Alicia de Lewis Carroll.

Con esta historia original que el director de Canino (2009) satura de elementos surrealistas, en especial en urbes de arquitecturas fantasiosas como la Alejandría, el París o la Lisboa que Bella recorre, primero acompañada por Duncan W., luego como exploradora solitaria, y donde su punto de vista se plasma en la distorsión obtenida por la fotografía y su lente de ojo de pescado, y también por el paso de un evocador blanco y negro a una efectista propuesta policromática, no es de sorprender el carácter arrebatado y disparejo de esta narración fílmica que no escatima exceso visual alguno. Para algunos espectadores, ese delirio escénico, apenas distinto de la manera en que Bella utiliza un lenguaje soez para explorar el sexo, resta profundidad a la peregrina idea de que Pobres criaturas pudiera ser una cinta deliberadamente transgresora a partir una postura feminista. Es probable que estas atribuciones tengan, en definitiva, poco que ver con los propósitos verdaderos de este director, siempre sorprendente, quien, a juzgar por el modo natural y desenfadado con que actores tan brillantes como Stone, Dafoe y Ruffalo viven y gozan a sus personajes, sólo pretende ofrecer una comedia absurda y muy lúdica que, paradójicamente, y con todas sus imperfecciones, pudiera ser su cinta más arriesgada e intensa. Contrario a la solemne vocación transgresora que se le suele atribuir, Yorgos Lanthimos se aleja aquí de algunas de sus viejas certidumbres en materia de fondo y forma, invitando de paso al espectador a hacer algo parecido con sus propias valoraciones.

Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía y salas comerciales.

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