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▲ Embestida del toro a Héctor Gutiérrez en la Monumental Plaza de Toros.Foto Cuartoscuro

Leonardo Páez

 

Periódico La Jornada
Lunes 19 de febrero de 2024, p. a37

¿Dónde reside la emoción de la tauromaquia? Acertó usted: en el comportamiento peligroso que pueda transmitir al público la bravura de cada toro. Lo demás es lo de menos. Por eso, ante el llamado suplicante de taurinos positivos de acudir a la plaza como única forma de apoyar esta pobre oferta de fiesta, hay que preguntar: ¿acudir a las plazas a cambio de qué?

¿De toreros-marca?, ¿de detalles esforzados o pintureros?, ¿de tedio con ruido ambiental?; los posmodernos promotores taurinos, ¿tendrán idea de lo que cobran a cambio de lo que dan? Los actuales públicos, ¿entenderán la diferencia entre pasar y embestir de un toro o sólo pagan por gritar, aplaudir y beber? ¿Hay posibilidades de una capacitación taurina sistemática, masiva y sustentada? Empresas, ganaderos y toreros, ¿podrán mostrar propósito de enmienda?

Pedí ¡una cerveza y una dona de canela!, que no fue sino serena reacción ante un espectáculo concebido para emocionar, no para divertir. Pero como entre neoliberalismo, rescate eficaz de tradiciones, espíritu de compromiso, reivindicación del heroísmo, autorregulación mañosa de falsos promotores y añeja omisión de las autoridades ante la fiesta de los toros, el resultado fue un inmenso merequetengue o, si se prefiere, mucho ruido y pocas nueces, o multitudinarias entradas y pobres hazañas toreras ante la escasa bravura.

En la quinta corrida de la minitemporada de reapertura de la Plaza México, ahora ante una media entrada, no obstante el anuncio de dos figuras como consagradas (Alejandro Talavante, de España, y Octavio García, El Payo, de México, más uno de nuestros jóvenes prometedores Héctor Gutiérrez, de Aguascalientes), se llevó a cabo un típico festejo taurino posmoderno en la muy noble y muy leal Ciudad de México, es decir, oootra con toros pasadores de un pujal por cabeza −puyazo fugaz en forma de ojal− para dos diestros que figuran y otro que pretende figurar.

En el proceso de dependencia y sudamericanización que han adoptado los promotores de la fiesta de toros en el país (favorecer a los foráneos y joder a los locales), la empresa se trajo a otro de sus brodys o favoritos, el diestro extremeño Alejandro Talavante (36 años de edad, 18 de matador y apenas 53 corridas toreadas en España y otras más en América), quien logró con su soso primero pausados doblones y muletazos aislados por ambos lados a una mesa con cuernos, a la que despachó de entera desprendida y recibió pueblerina oreja. Con su segundo, otro pasador de cara alta, al que le hizo monerías de trámite sin posibilidad de continuarlas por la falta de fuerza del astado, pinchazo, entera y salida ¡al tercio!, como si estuviera en Santo Tomás de los Plátanos.

El Payo (casi 36 años, 15 de alternativa y cerca de 30 corridas el año anterior, incluido el petardo de Madrid), enfrentó primero a un feo ejemplar tan soso como sus hermanos, al que despachó de entera y descabello. Luego a otro con el que logró buenos lances y al doblarse se cayó el astado, rodando por la arena hasta en dos ocasiones. ¿Esos encastes pueden con un peso emergente? Y el que mató, pobre de cabeza, en lugar de Gutiérrez, con el que pasó sin pena ni gloria.

Y Héctor Gutiérrez (23 años de edad, dos y dos meses de alternativa y 18 festejos el año pasado) ejecutó con su primero ceñidas gaoneras de mano baja y bello remate a una mano. Luego de algunas templadas tandas por ambos lados, cometió el error de concentrarse en su faena preconcebida y olvidar que el toro desarrollaba sentido, por lo que fue corneado en el muslo derecho, siendo llevado a la enfermería.

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