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Una sombra que nos ilumina

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V

aya que son paradójicos los eclipses de Sol, producidos por una sombra lunar (¿que me hiela la piel al pasar?) que alumbra más de lo que oscurece, pues permite a los estudiosos adquirir nuevos conocimientos, como cuando se descubrió el helio o al comprobar la teoría de la relatividad o confirmar que la rotación de nuestro planeta se desacelera.

Durante miles de años estos fenómenos, al ser impredecibles e inexplicables, causaban terror debido a que el poderoso Sol, la mayor deidad para muchos pueblos, de repente perdía fuerza, era opacado, prácticamente anulado, y la única interpretación que encontraban consistía en que se trataba de un presagio de mayores cataclismos, como terremotos, sequías, grandes inundaciones o el final de la humanidad.

No es que esos temores se hayan extinguido, pues hoy día aún habitan en este planeta personas que creen en mitos que anuncian, por ejemplo, malformaciones para los fetos, incluido el paladar hendido, y recomiendan a las embarazadas protegerse con listones colorados y seguros para ropa.

Existen numerosos mitos más, a pesar de que los científicos aclaran que un eclipse no provoca nada de eso. Pero los seguidores del pensamiento mágico son una minoría que con cada descubrimiento científico se vuelve más diminuta.

Para nuestra fortuna, lo que ha prosperado es la convicción de que un fenómeno como el del lunes 8 es un acontecimiento natural del cual podemos regocijarnos.

Hace casi 33 años, el 11 de julio de 1991 (año capicúa), los más añosos observamos asombrados cómo el día dio paso a una breve noche, que duró mucho menos que la Pequeña serenata nocturna de Mozart. Y ese mismo día, en tiempo real, se anunciaba algo que los expertos ya habían informado desde décadas antes: que un ocultamiento similar ocurriría en 2024, en una fecha y en una hora precisa, y pensamos: pues tendremos que prepararnos.

Y miles de jóvenes mexicanos de veintitantos años recuerdan que cuando estudiaban la primaria leyeron en sus libros de texto que esto habrá de pasar, y de seguro consideraron algo parecido a lo que nos dijimos los viejos: tendremos que atestiguarlo.

En vísperas de este nuevo episodio astronómico, los telescopios están listos y apuntan hacia el cielo con la inclinación precisa. Las cámaras fotográficas ya están equipadas con los filtros requeridos y los artistas de la lente se alistan para captar imágenes memorables. Y recordamos los versos de Antonio Machado: pensando en su olivar, y al cielo mira / con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Y en algún sitio habrá quien con ojo inquieto mira nubes en el cielo y espera que se disipen, por lo menos este lunes.

Hay conciertos que convocan a miles de aficionados y giras a las que asisten cientos de miles. Existen libros que han leído millones, en su idioma original y en traducciones ( El Quijote, El principito, Cien años de soledad). Leonardo pintó La Gioconda, contemplada por incontables seguidores.

Es decir, los seres humanos buscamos incrustar belleza en nuestra existencia y en la de otros, a partir de lo cual unos hacen literatura, pintura, grafiti, papiroflexia, fotografía o escultura, y otros crean obras musicales, coreográficas, arquitectónicas o cinematográficas. Y para algunos más lo gratificante y bello es hacer matemáticas o astronomía o cualquier otra ciencia. O gimnasia artística o clavados o equis deporte. O hacen días de campo o fiestas en casa o innumerables actividades lúdicas.

Todo eso alimenta el espíritu, pero tal vez lo que muchos disfrutamos más es lo que la naturaleza nos obsequia: un arcoíris, la lluvia, un ocaso, el vuelo de un colibrí o el de una mariposa (que es como una flor flotante), el brillo de la Luna o una aurora. Y entre todos esos regalos el mayor es un eclipse total de Sol.

Las artes, la ciencia, el trabajo, los deportes, las actividades lúdicas, todas las creaciones humanas son perfectas para disfrutar de nuestro tiempo en lo que esperamos y nos preparamos para contemplar el siguiente episodio de este romance sideral que es la conjunción del Sol y la Luna.

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