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Vima Foods, el emporio gallego que vende productos de tercera a precios de oro a los cubanos

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La boda de Víctor Moro Morros-Sarda y Alexandra Lacorne, el pasado fin de semana en La Habana, es noticia en lo que en España llaman prensa del corazón por haber convocado a varios de los protagonistas que suelen entretener sus páginas. Entre los 400 invitados, por ejemplo, estaban Tamara Falcó –marquesa de Griñón, hija de Isabel Preysler y hermana de Enrique Iglesias– y su primo, Álvaro Falcó –marqués de Cubas–, acompañados de sus respectivos cónyuges, Íñigo Onieva e Isabelle Junot –hija de Philippe Junot, primer esposo de Carolina de Mónaco.

Solamente a los lectores de la revista Hola! y similares interesaría un evento así, si no fuera por dos peculiaridades: que el lujoso enlace, que duró varios días, tuvo lugar en un momento en que Cuba atraviesa la más dura crisis de su último cuarto de siglo y que el novio es hijo de Víctor Moro Suárez, fundador de Vima Foods, una marca de productos importados omnipresente en las tiendas cubanas en divisas desde hace décadas.

Definido en los medios españoles como “un grupo de alimentación internacional” (Vanitatis) o “una multinacional distribuidora de productos alimentarios con sedes en La Habana, Nueva York o A Coruña, entre otros rincones” (El Debate), para los habitantes de la Isla Vima Foods no es más que sinónimo de mala calidad y altos precios.

“Yo me imagino que estos de Vima serán lo peor de España, porque esas croquetas de jamón no tienen nada, es harina saborizada”

“Me parecen una estafa”, dice Mariam, una habanera que no ha vuelto a comprar ningún producto de esa marca desde que, hace dos años, cayó enferma del estómago tras comer una lata de atún Vima comprada en moneda libremente convertible (MLC). “Son productos de tercera o cuarta categoría que venden a precio de oro”.

Mayonesa, mostaza, puré de tomate concentrado y otras salsas, conservas de todo tipo, embutidos varios, congelados –verduras, frutas, carnes, pescados, especialmente merluza, bonito y salmón, mariscos como calamares y pulpo, e incluso pan–, alimentos precocidos, quesos en varios tamaños, confituras, siropes, dulces en almíbar, leche en polvo, yogures, aceitunas, aceites, legumbres y granos son solamente algunos de los muchos artículos de Vima a la venta en la Isla, todos ellos importados.

Son productos también colocados, con bastante preeminencia, en todos los portales digitales de venta en el extranjero para entregas en Cuba.

Uno de los más populares son, por ejemplo, las croquetas. Pero a Mariam tampoco le han gustado nunca: “Yo me imagino que estos de Vima serán lo peor de España, porque esas croquetas de jamón no tienen nada, es harina saborizada”.

Sin embargo, preguntado por la percepción de la marca en aquel país, Carlos, cubano emigrado hace dos años, asevera: “En España no conozco a nadie que la compre, y yo mismo nunca la he encontrado en los supermercados. Por suerte, porque recuerdo que era de lo peor”.

Vima World se presenta en su web como una “empresa de tradición familiar fundada en 1994” y un grupo “vinculado en sus orígenes al sector pesquero de Galicia, España”. En el mismo lugar, asegura estar no solamente en ese país, sino distribuir a 40 más, además de tener oficinas en Panamá, República Dominicana, México, Estados Unidos, China y Cuba.

Con la Isla nunca ha ocultado su vínculo su fundador, Víctor Moro Suárez (hijo de Víctor Moro Rodríguez, fallecido en 2021, un político de la Transición española y quien también estuvo al frente de un conglomerado de envasados congelados). El empresario ha vivido más de 25 años en este país, donde fue presidente de la Asociación de Empresarios Españoles en Cuba.

Lo que es más turbio es el origen y auge de su multimillonario negocio. Los llamados Papeles de Panamá, la publicación de la base de datos del despacho de abogados Mossack Fonseca a cargo del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), reveló en 2016 que Vima World estaba en la lista de sociedades establecidas en paraísos fiscales.

“Yo encontré un nicho de trabajo en el área del Caribe, partiendo de Cuba, y esa circunstancia me llevó a organizar este grupo de empresas”

En el buscador del ICIJ figura fundada en enero de 1994 en las Islas Vírgenes Británicas. Sin embargo, el propio Moro Suárez reconoció, en una entrevista a la prensa local gallega hace casi dos décadas, que su emporio inició en la Isla. A la pregunta del periodista de cómo “aprendió” a tener “ciento sesenta empleados que hacen que se sirvan veinte millones de comidas en todo el mundo”, el empresario responde: “Yo encontré un nicho de trabajo en el área del Caribe, partiendo de Cuba, y esa circunstancia me llevó a organizar este grupo de empresas”.

Una nota aparecida en La Voz de Galicia cuatro años antes lo confirmaba: “Vima nació en La Habana en 1994, para aprovechar la apertura del mercado cubano a la inversión turística y convertirse en la principal distribuidora a hoteles y restaurantes”. En aquel 2002, decía la información, Vima World, “una distribuidora con sede en Vigo y participada al 100% por la familia gallega Moro” era la primera de su sector en Cuba, con el control del 15% de la distribución de alimentos y el 25% del abastecimiento a hoteles. En 2001, había ingresado, se detallaba, 25 millones de euros.

¿Cómo pudo iniciarse una empresa en Cuba, a cargo de un extranjero, a mediados de los años noventa y llegar a esas cifras en tan solo siete años? Es una de las incógnitas que plantea Vima, que precisamente apareció en los establecimientos de la Isla en ese tiempo, el de la dolarización y el desespero en pleno Período Especial.

Otra es cómo siendo una firma con casi 30 años de vida Vima World S.L. apenas fue inscrita en el Registro Nacional de Representaciones Comerciales Extranjeras de la Isla el pasado mes de octubre.

Que en La Habana tenga su dirección en la zona de Berroa –al igual que el misterioso Diplomarket–, tradicionalmente controlada por el todopoderoso consorcio empresarial de las Fuerzas Armadas cubanas, Gaesa, y que se anuncie en los medios oficialistas, como Cubadebate, no hace sino reforzar la idea de estar asociada a las más altas esferas de poder. No en vano en aquella entrevista de 2006, el reportero escribía que, según le habían contado, Moro Suárez se sentaba con personalidades como Castro (Fidel) y con Milanés (Pablo).

Nada de esto contaron los medios que publicaron la noticia del enlace Moro-Lacorne. A cambio, sí dieron cuenta de otros detalles, entre ellos la más reciente imagen de Moro Suárez, junto a su esposa, Mariquita Morros-Sarda, ataviada con la tradicional mantilla española de las madrinas de boda.

La habitual prosa almibarada y superflua también se detuvo en vestidos y derroches. Alojados en el Gran Hotel Manzana Kempinski, uno de los más caros de la ciudad, los invitados disfrutaron de una fiesta de “preboda” en el cabaret Tropicana –cerrado solo para ellos para la ocasión–, se movieron en almendrones relucientes y asistieron a una ceremonia celebrada en la mismísima catedral de La Habana. Muchas de las invitadas, como la influencer Belén Barnechea, compartieron imágenes distendidas por las calles de la capital, de día y de noche, con encuadres que en ningún caso mostraban el verdadero y calamitoso estado de la ciudad. Una Habana fastuosa de papel couché bajo el palio de Vima Foods.

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