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Antes despreciado, el plátano burro es ahora el salvavidas de muchas familias cubanas

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La Habana/Aquellos que lo rechazaron ayer, lo veneran hoy. El plátano burro, el menos valorado de una amplia familia que incluye las variedades manzano, macho y fruta, sigue siendo el más barato de su estirpe y un salvavidas para muchos cubanos. Aunque su precio se ha duplicado en el último año, quienes sueñan con comer chicharritas o tostones deben, muchas veces, aceptar en sus mesas a este pobre pariente de un clan con alcurnia.

En las tarimas del mercado Plaza La Calzada, en Cienfuegos, nunca falta a la cita con los clientes. Pueden escasear los frijoles negros, desapareserse la yuca, brillar por su ausencia los tomates pero el plátano burro se amontona en los anaqueles, le da “raya y salida” a otros alimentos más engreídos, menos al acceso de los bolsillos de los pobres.

Evolución del precio del plátano burro desde abril de 2023
/ 14ymedio

Eso sí, la inflación también ha tocado a su puerta o, más bien, a su corteza gruesa y tosca. Si hace un año, en el mercado más importante de la ciudad cienfueguera, la libra del producto costaba 23 pesos, ahora se ha ceñido la corona de los 60. Se necesita el rostro adusto de Calixto García sumado al de Máximo Gómez para echarlo en la jaba y llevárselo a casa. 

La suya ha sido una historia de resistencia e impostura. Más fuerte frente a las plagas y menos frágil para el traslado, cuando al plátano fruta lo apolisma el traqueteo de los camiones donde viaja, el burro llega casi intacto. Duro y requeteduro. Su primo aristócrata, el macho, era el indicado para hacer los tostones. Pero un día, su producción cayó, su precio subió y hubo que buscarle sustituto.

Llegó la oportunidad para el pariente despreciado. En tres décadas, entre inicios de los años 90 y la actualidad, se hizo pasar por hidalgo y lo reemplazó sin miramientos. Ya los tostones no quedaban crocantes, grandes y de un color casi amarillo que evocaba a un sol en el plato; ahora eran patatos, pálidos e insípidos. Pero al menos eran tostones, sin llegar a merecer la categoría de patacones que le dan a la receta en otros países latinoamericanos.

Como mismo se adueñó de los espacios del macho, fue a por el trono de ese sobrino dulzón y remilgado que es el fruta. Con la ayuda de las plagas, el centralismo y la estatal Acopio, con sus mecanismos para canalizar las cosechas de los campos cubanos, el plátano burro la tuvo fácil. A fin de cuentas, él era más valorado por los burócratas a los que les interesan los números, los quintales o toneladas producidos, no la calidad del alimento resultante.

Como mismo se adueñó de los espacios del macho, fue a por el trono de ese sobrino dulzón y remilgado que es el fruta

Todo director de una cooperativa, todo funcionario del Ministerio de Agricultura sabe su secreto: sembrarlo es fácil, para moverlo ni siquiera se necesitan cajas, la gruesa cáscara agrega libras al pesaje aunque no comida al plato y en las fotos se ve tan bonito: rechoncho y del color de un uniforme militar. Cerraron el trato. Un empujón y sacó al dulce Johnson de la foto familiar.

En el Período Especial, el burro tuvo su momento de estrellato. Solo en el escenario, le produjo innumerables estreñimientos a los cubanos que lo comían hervido y sin aceite por encima. Se reían de él pero se lo tragaban. Lo aborrecían pero lo necesitaban. En las bandejas de los comedores de los campamentos agrícolas, las escuelas en el campo y las cárceles, él reinaba. Era un monarca absoluto.

A alguien se le ocurrió que si lo dejaban madurar y luego lo batían con un poco de agua quedaba algo que lejanamente sabía a “compota de manzana”. Ahí fue donde pasó de ser un soberano para alcanzar la categoría de Dios. Ningún otro plátano le hacía sombra. Alimentaba a los reclusos, se colaba en la papilla de los bebés y hacía soltar lágrimas en el inodoro a millones de cubanos.

De ese trono nunca se ha bajado desde entonces. Emperador y símbolo de la crisis, hasta en los restaurantes más chic sigue reemplazando al macho en los tostones. Al menos dos generaciones de cubanos ya no recuerdan la receta de aquel sol naciente que asomaba hace unas décadas en el plato. Solo conocen la chata anatomía, desteñida, sosa y enchumbada en aceite que se logra cuando se fríe un plátano burro recién aplastado.

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