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Otros milagros del cielo: supervivientes nicos de catstrofes areas

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Este 10 de marzo, el glamouroso Dolby Theatre de Los Ángeles acogerá la 95 edición de los Oscar, el más prestigioso galardón de la industria cinematográfica. España opta a levantar la mítica estatuilla en la categoría de Mejor Película Internacional (antes denominada Mejor película de habla no inglesa) con la cinta ‘La sociedad de la nieve’, dirigida por Juan Antonio García Bayona. La película (abrumadora vencedora en los recientes premios Goya, con doce galardones) relata de forma brillante y emotiva un trágico episodio mundialmente conocido: el accidente en la cordillera de los Andes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, en el que viajaba un equipo de rugby, donde fallecieron 29 pasajeros y otros 16 sobrevivieron de forma agónica y casi milagrosa tras dos meses de horribles penalidades en la nieve. El filme es un bello canto a la vida, un monumento a la fuerza del ser humano y su capacidad para superar las más dramáticas situaciones, y un agradecido reconocimiento a los que murieron en aquellas montañas chilenas, elevados también a la categoría de héroes porque sus muertes no fueron en vano.

La película de Bayona, angustiosa y conmovedora, pese a arrasar en nuestro país no es la favorita para ganar en Hollywood (luchará contra ‘Yo capitán’, ‘Perfect Days’, y la gran candidata ‘La zona de interés’) pero se puede decir que ya ha ganado, porque su visionado ha servido para reafirmar, con la poderosa y amplificadora herramienta que es el cine, la confianza en el ser humano, en su espíritu solidario y en su formidable resistencia. Los uruguayos protagonistas de aquel dramático episodio fueron un ejemplo de auxilio mutuo en una situación extrema como es un accidente de avión en un territorio cruelmente inhóspito. Ellos se tuvieron los unos a los otros como soporte, amparo y socorro, una ayuda con la que no pudieron contar otros héroes de catástrofes aéreas: los supervivientes únicos.

Diez casos singulares

Recorte de prensa de EE.UU. haciéndose eco de la insólita aparición de dos mujeres del piloto accidentado

Lou Foote, un milagro y dos esposas

Del número de episodios acreditados, la primera experiencia conocida fue protagonizada por el piloto norteamericano Lou Foote, uno de los pioneros de la aviación comercial en California. Él tiene el agridulce honor de haber sido el primer caso acreditado en el que una persona ha logrado escapar de una muerte casi segura, de la que no pudieron huir los otros 14 pasajeros que le acompañaban en el vuelo. El 17 de marzo de 1929, cuando sobrevolaba el aeropuerto estadounidense de Newark, Foote perdió el control del Ford Trimotor de la Colonial Western Airways que él mismo pilotaba, al haberse apagado un motor, y acabó chocando contra un vagón de ferrocarril cargado de arena.

La prensa americana se hizo eco de la catástrofe… que derivó en una surrealista historia: dos mujeres se presentaron en el hospital de Newark, donde Foote se debatía entre la vida y la muerte, asegurando ser las legítimas esposas del piloto. Cabe sospechar que ambas querían tomar posiciones de cara a la jugosa indemnización que el seguro pagaría ante el presumible fallecimiento de Foote, que había quedado gravísimamente herido tras el accidente.

Monolito erigido en Srbska Kamenice en recuerdo del accidente aéreo

Vesna Vulovic, sobrevivir a 10.160 metros de caída libre

Permanecer con vida tras un accidente aéreo siempre tiene un punto (felizmente) inexplicable. Pero sobrevivir a una caída libre desde más de diez kilómetros de altura, tras explotar un avión en pleno vuelo, es realmente indescifrable. Esto es lo que aconteció el 26 de enero de 1972, el día que la azafata serbia Vesna Vulovic volvió a nacer. Ella fue la única persona que salió con vida del vuelo 367 de JAT, que cubría la ruta entre Estocolmo y Belgrado, previa escala en Copenhague. Las autoridades dijeron que un terrorista (sospechaban de nacionalistas croatas, aunque nunca se detuvo a nadie) se subió en la capital sueca y se bajó en la capital danesa, sin hacer el resto del recorrido, dejando una maleta con una bomba en el compartimento de equipajes. La explosión posterior, cuando el DC-9 sobrevolaba la aldea checoslovaca de Srbska Kamenice, provocó que el avión se desintegrara en el aire.

Vulovic quedó atrapada, y desmayada, tras un carrito de comida en el fuselaje, que se separó del resto del aparato y cayó en picado hacia el suelo. Los otros 27 pasajeros y miembros de la tripulación salieron despedidos y murieron. La azafata tuvo la inmensa fortuna que el avión cayó en ángulo en una ladera (donde hoy se erige un monumento conmemorativo) muy boscosa y cubierta de nieve, amortiguando el impacto. Producto del golpe, Vulovic sufrió fractura de cráneo, tres vértebras, las piernas, la pelvis y varias costillas también rotas, pero no murió. Fue rescatada por un aldeano que había sido médico y que la mantuvo con vida hasta que llegaron los servicios de emergencia.

Su episodio figura en el libro Guinness de los récords por sobrevivir a la caída más alta sin paracaídas: 10.160 metros.

Chanayuth Nim-anong, en el momento de ser rescatado, siendo un bebé, de entre los restos del avión siniestrado

Chanayuth Nim-anong, el superviviente más joven

Era un vuelo corto, de sólo 45 minutos, entre la ciudad vietnamita de Ho Chi Minh y Phnom Penh, capital de Camboya. Pero el infortunio no entiende de distancias ni tiempos. La intensa lluvia que arreciaba ese fatídico 3 de septiembre de 1997, unido a la inexistencia (¡por saqueo!) de algunos aparatos técnicos en la torre de control y de las propias luces de la pista crearon un cóctel nefasto. El vetusto Tupolev de fabricación soviética casi aterrizaba a ciegas. Un fortísimo golpe de viento desplazó el avión, cuya ala izquierda chocó contra una palmera, desestabilizando su trayectoria y chocando finalmente contra un camino a 270 kilómetros por hora. En su colisión decapitó a dos bueyes que transitaban por allí tirando de un carro. De los 66 ocupantes de la aeronave fallecieron todos menos uno: el pequeño Chanayuth Nim-anong, de tan solo 14 meses de edad.

Este bebé tailandés, que se fracturó ambas piernas y que fue rescatado por un lugareño que le trasladó en motocicleta a un hospital, se convirtió en el superviviente único más joven en la historia negra de la aviación. Conocido desde entonces como ‘Niño Maravilla’, el pequeño Chanayuth, al que familiarmente llamaban Liang volvió a demostrar poco después que tiene a los dioses de su lado. Con apenas 4 años de edad también salió ileso de un grave accidente de circulación, cuando el coche en el que viajaba por una autopista cerca de South Pattaya fue arrollado durante cien metros por un camión de cemento. Tanto Liang como la conductora, Sirikiat Nimanong, quedaron en shock pero sin heridas. El conductor del camión, Phayom Bangkhum, echó a correr carretera abajo tras el accidente.

Reconstrucción por ordenador de la colisión en el aire de los dos aviones soviéticos

Larisa Savitskaia: una ridícula indemnización

El 24 de agosto de 1981, la joven estudiante de magisterio Larisa Savitskaia, de 20 años, regresaba de su viaje de bodas junto a su marido Vladimir desde Komsomolsk on Amur a su casa en Blagoveshchensk, en el extremo oriente. Cuando el avión sobrevolaba la taiga rusa, a la altura de la ciudad de Zavitinsk, colisionó en el aire con un avión militar que estaba realizando labores de reconocimiento meteorológico. Dos factores facilitaron la tragedia: Los detectores de radio del aparato militar no funcionaron y el cruce de información entre vuelos del Ejército ruso y comerciales no existía. Tras el impacto, ambos aviones estallaron en pedazos. Fallecieron los seis integrantes de la tripulación militar y 31 de los 32 pasajeros del otro avión. Todos menos Larisa.

Tras ocho minutos de caída libre (“sólo un pensamiento ocupaba mi mente: cómo morir sin sufrir”), la parte de la cola donde iba sentada amortiguó su impacto contra el suelo al aterrizar sobre un rodal de grandes abedules flexibles. Quedó conmocionada, con múltiples lesiones en la columna vertebral, costillas, brazos, piernas y dientes rotos. Sobrevivió dos días, sola y desamparada, abrigándose del frío con las fundas de los asientos, bebiendo agua de los charcos y aterrorizada ante los gruñidos de fieras cercanas hasta que los equipos de salvamento la rescataron.

El estado soviético intentó silenciar el accidente, humillante y doloroso ejemplo de inoperancia, y resarció a Larisa con una indemnización ridícula: 75 rublos. El salario mensual medio en la URSS era por entonces de 178.

Cecelia Cichan, convaleciente en el hospital y, años después, con un avión tatuado en su muñeca

La mayor tragedia con una superviviente: Cecelia Cichan

Cecelia Cichan tenía 4 años el 16 de agosto de 1987. Aquel día viajaba junto a sus padres y su hermano, dos años mayor que ella, desde Detroit (Michigan) a Santa Ana (California) en un MD-82. A bordo del avión volaban un total de 155 personas. Nada más despegar, cuando apenas habían alcanzado 15 metros de altura, el aparato comenzó a bambolear de lado a lado, sin que el piloto John R. Maus lograra hacerse con el control. El ala izquierda acabó chocando contra un poste de la luz, provocando un incendio del combustible; el ala derecha se golpeó contra un edificio de alquiler de coches; el avión acabó estrellándose contra una carretera y un puente de ferrocarril, convirtiéndose en una gran bola de fuego.

Los equipos de rescate tardaron apenas unos minutos en llegar al lugar de la catástrofe. La devastación era total. El escenario estaba envuelto en llamas. El bombero John Tiede encontró a la pequeña Cecelia entre los hierros retorcidos del fuselaje. Estaba viva. Un milagro absoluto. Todos los demás pasajeros y tripulación, además de dos motoristas que circulaban por la autopista, habían fallecido. Era la única superviviente. En la milagrosa nómina de episodios similares, Cecelia se convirtió en la superviviente única en el accidente con mayor número de víctimas.

Ella no recuerda nada y tardó más de dos décadas en hablar en público sobre el siniestro. Sufre, como casi todos los protagonistas de estas historias, el síndrome del superviviente. Consideran una bendición y a la vez una carga el haber sido los únicos en salvarse. Una dicotomía cruel entre la liberación y el enfado. Sienten una especie de culpabilidad: “Por qué no sobrevivió mi hermano? ¿Por qué nadie más? ¿Por qué yo?” se sigue preguntando Cecelia (Crocker como apellido ya de casada) tantos años después. Aunque afortunados, los supervivientes también son víctimas: sus vidas se ven alteradas para siempre. Cecelia, que se tatuó un avión en su muñeca, afirma que “pienso en el accidente cada día” pero asegura que no tiene miedo a volar.

Portadilla de la declaración oficial ante la policía de Macao de Wong Yu, secuestrador del avión

Wong Yu: era el terrorista y se salvó

La historia de la aviación comercial sufrió su primer intento de secuestro el 16 de julio de 1948. Ese día, un hidroavión ‘Catalina PBY-5A’ de Cathay Pacific, con 26 personas a bordo, se dirigía desde Macao a Hong Kong. Cuando el aparato, bautizado como Miss Macao, sobrevolaba el Mar de China Meridional, a la altura del Delta del Río Perla, cuatro de los pasajeros se levantaron mostrando sus armas y aterrorizando a la tripulación y el pasaje. Era el primer episodio de piratería aérea. La intención era robar los lingotes de oro que transportaba el avión y además pedir rescate por los ocupantes, presumiblemente gente adinerada. Uno de los secuestradores, Chio Kei, cabecilla de la banda y con conocimientos de aviación, se dirigió a la cabina y pidió a los pilotos que le entregaran el control del avión. Al negarse éstos, se produjo un feroz forcejeo en el que el delincuente disparó contra ellos. El piloto, Dale Cramer, cayó muerto sobre los mandos, precipitando la aeronave contra el mar.

Sólo uno de los 26 pasajeros logró evitar la muerte saltando por una de las puertas de emergencia justo antes del impacto contra el agua. Paradójicamente, se trataba de Wong Yu, de 24 años, nacido en Tao Mun y miembro confeso de la banda de secuestradores. Rescatado por unos pescadores que faenaban esa noche por la zona, Yu fue detenido rápidamente por la policía de Macao.

Las fuerzas del orden entregaron a Yue a un tribunal de Macao, pero los magistrados sugirieron que el juicio se celebrase en Hong Kong, al estar el avión registrado allí y ser la mayoría de los pasajeros de ese lugar. Pero el gobierno colonial británico de Hong Kong dijo que el accidente había ocurrido en territorio chino en el que los británicos no tenían jurisdicción. Al no poderse de acuerdo, y en vistas de que ningún estado reclamaba autoridad para juzgarlo, Wong Yu fue finalmente liberado sin juicio. Al ser ciudadano chino fue deportado a este país, donde desapareció.

Restos del avión filipino siniestrado en las laderas de Manunggal

Nestor Mata: sobrevivir a un posible magnicidio

Ramón Magsaysay, séptimo presidente de Filipinas, de enorme popularidad en el país, regresaba el 17 de marzo de 1957 a Manila tras haber participado en varios actos oficiales en la ciudad de Cebú. En el viaje le acompañaba una comitiva de 24 personas más, entre políticos, asesores y periodistas. A los pocos minutos de despegar, el avión presidencial ‘Monte Pinatubo’ se estrelló en las laderas de Manunggal. Las sospechas de sabotaje o magnicidio se descartaron: el C-47 había sufrido una rotura del eje de transmisión y de una pieza del motor, lo que provocó el desastre. Cerca de dos millones de personas asistieron, desoladas, al entierro del presidente.

Quien no pudo acudir, al estar hospitalizado recuperándose de sus heridas, fue Néstor Mata, redactor del Philippine Herald, que viajaba en el mismo avión estrellado y fue el milagrosos único superviviente de la tragedia. Con quemaduras de segundo y tercer grado en cara, pies y manos, el periodista fue rescatado por un lugareño, Marcelino Nuya, que habitaba en la remota montaña y escuchó el estallido. Marcelino llevó a Néstor sobre sus hombros por la escarpada pendiente hasta su cabaña. Después, ayudado por doce vecinos, lo transportaron por turnos durante 18 horas en una hamaca montaña abajo hasta el río Balamban, subieron por la meseta de Amaga, bajaron por el barranco de Kotkot y subieron y descendieron nuevamente hasta Cebú.

Desde el hospital, Néstor Mata se preguntaba: “Dios me perdonó la vida porque quiere que haga algo. Y no sé qué es”.

Juliane Koepcke, en el momento de ser rescatada tras diez días deambulando por la selva

Juliane Koepcke repite todos los años el mismo trágico itinerario

Convertida en una reputada bióloga y activista en la protección de la selva amazónica peruana de Panguana, Juliane Koepcke repite dos veces al año en avión el mismo itinerario en el que, el 24 de diciembre de 1971 estuvo a punto de perder la vida. Aquel día volaba junto a su madre y 90 personas más en un Lockheed L-188A, que había salido de Lima con dirección a Iquitos. Allí pensaban reunirse con su padre para celebrar la Navidad. Pero a la altura de Puerto Inca, antes de una última escala en Pucallpa, el avión se vio inmerso en medio de una gigantesca tormenta. Empezó a perder altura hasta que un rayo impactó sobre su ala derecha, provocando un incendio de combustible y un fallo generalizado de los sistemas de navegación. El aparato se precipitó sobre la selva desde 2.000 metros de altitud. Sujeta por su cinturón de seguridad, Juliane salió despedida del avión y cayó sobre unos frondosos árboles. La densa vegetación amortiguó el golpe y le permitió sobrevivir con apenas heridas: un corte en el brazo, la clavícula rota y un ojo morado. Rodeada de “cuerpos desmembrados, hierros, asientos, ropas y maletas desparramadas por la selva, mucho humo y crepitaciones por todos lados”, Juliane se sintió protagonista de una pesadilla.

Con ciertas nociones de orientación, comenzó a caminar por la selva en busca de ayuda. Sin saber que se encontraba a más de 600 kilómetros de cualquier lugar habitado, siguió el curso de un arroyo, lo que le nutría de agua potable. Los cocodrilos de la zona no la atacaron y evitó comer frutos, por si pudieran ser venenosos. Pasó diez días caminando por la jungla, hasta que el arroyo desembocó en un río navegable. Continuó por su orilla hasta que se encontró con una canoa y una choza, refugio de cazadores. Fue al día siguiente cuando éstos aparecieron y la encontraron allí. Tras llevarla en su canoa, en un viaje de diez horas, hasta la localidad de Tournavista, Juliane pudo recuperarse de sus heridas en un hospital.

Años más tarde, el director de cine Werner Herzog, que iba a volar en ese mismo avión pero perdió el vuelo, hizo una película sobre aquel episodio. Ha sido uno de los varios filmes en los que el cine ha recreado este tipo de experiencias.

Arnette Herfkens, recuperándose en un hospital vietnamita tras sufrir el accidente de avión

Annette Herfkens, rodeada de muerte

Un viejo Yakovlev Yak-40, que había despegado una hora antes desde Tan Son Nhat, iniciaba su aproximación al aeropuerto vietnamita de Nha Trang con 31 personas a bordo. Entre el pasaje iba la joven banquera holandesa Annette Herfkens, una profesional de éxito a quien su novio había convencido para hacer una romántica escapada de cinco días a dicha ciudad costera. Annette no quería hacer ese vuelo, pero finalmente accedió. Un fallo de cálculo en el aterrizaje provocó que el avión chocara contra unos árboles y finalmente se estrellara contra una escarpada ladera en la jungla vietnamita. “Hubo una gran explosión y todo se volvió negro”, dijo posteriormente.

Ella no llevaba el cinturón de seguridad, pero sobrevivió al impacto. A su alrededor oía algunos gemidos y lamentos. Otro pasajero, moribundo, le facilitó unos pantalones ya que su falda había sido destruida. Al poco, el hombre murió y cesaron todos los gritos de auxilio. Annette, rodeada de amasijos de hierros y cadáveres, era la única superviviente. Debido a sus gravísimas heridas sólo pudo arrastrarse unos metros fuera del avión. Tenía rota la cadera y una pierna, un colapso en el pulmón y la mandíbula rota. Después contaría que mantuvo la calma pensando en la belleza de la selva y que usó técnicas de yoga para relajarse. Indefectiblemente, le vino a la memoria la aventura de la historia real del avión de Los Andes, aunque ella no tenía a nadie en quien apoyarse ni condiciones físicas para vagabundear por la selva en busca de la salvación. Sin comer, bebiendo agua de lluvia y con las manos y los pies cada vez más negros, observó los cuerpos alrededor, pero se dijo que “de ninguna manera me los comería”.

Los equipos de rescate enviaron un helicóptero desde Hanoi en tareas de búsqueda, pero el aparato se estrelló en la frondosidad de la selva, cerca de la montaña O Kha: murieron sus siete ocupantes.

Tras ocho larguísimos días de soledad y dolor, y tras experimentar una extraña sensación en la que su cabeza no sabía discernir si estaba viva o muerta, Annette fue encontrada por un pequeño grupo de policías vietnamitas que habían logrado llegar al lugar del accidente. Iban cargados con bolsas para recoger los cadáveres y se encontraron con el gran milagro de verla con vida. Usando un trozo de lona y dos palos como improvisada camilla la transportaron montaña abajo hasta un lugar habitado, y desde ahí fue conducida a un hospital.

Visita de Zelenski, presidente de Ucrania, al joven cadete Zolochevsky, único superviviente de la catástrofe aérea

Viacheslav Zolochevsky, el último caso

Cuando el joven cadete militar ucraniano Vyacheslav Zolochevsky, de 20 años, abrió los ojos sólo veía a su alrededor fuego, hierros, llamaradas, restos de avión esparcidos y cuerpos de sus compañeros. “Parecía como una especie de episodio de un videojuego”. Como pudo, intentó salvar a su compañero Vitaly Vilkhovy, que estaba envuelto en llamas, pero no lo logró. Fue el único sobreviviente del accidente del avión Antonov An-26, que el 25 de septiembre de 2020 se estrelló cerca de Chuhuiv. Se trataba de un vuelo de instrucción de la Fuerza Aérea en el que Zolochevsky y 26 pasajeros más se ejercitaban en navegación, comunicaciones y arranque de motores.

Probablemente logró salvarse debido a que fue ligeramente aplastado por el fuselaje del avión, lo que le sirvió de parapeto y le protegió de sufrir quemaduras graves. El accidente ocurrió el 25 de septiembre de 2020 y ha sido el último de los 76 casos documentados en la historia de la aviación en el que, en catástrofes aéreas de vuelos con diez o más pasajeros, ha habido un único superviviente. Zolochevsky ha sido el último afortunado. El último, hasta el momento, en escapar de una muerte prácticamente segura. El último milagro del cielo.



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