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Tras bambalinas, un restaurante se convierte en la farmacia más surtida de Manzanillo

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Manzanillo (Granma)/En un país azotado por el desabastecimiento de medicamentos, no existe otra opción que el mercado negro y, en Cuba, los lugares más insólitos se convierten en farmacias improvisadas y sin licencia. Es el caso de una paladar de Manzanillo, en la provincia de Granma, donde recalan a diario decenas de enfermos buscando antidepresivos, tranquilizantes, analgésicos y todo lo que –mucho dinero mediante– sirva para abastecer el botiquín o atender una emergencia. 

Préstamos, deudas, regateos y canjes, no importa el medio si se logra conseguir el ansiado blíster de ketotifeno del mes o bulbos de penicilina benzatínica. Lo sabe bien Conrado, un custodio que pasó varias semanas en búsqueda y captura de dos tiras de amoxicilina para su hijo, que sufre una infección respiratoria. Le costaron 250 pesos –cada una– en la paladar-farmacia, ubicada a escasas cuadras del parque Céspedes, al cual llegó por indicación de un médico del Hospital Infantil. 

“Tuve que pedir dinero prestado”, cuenta Conrado a 14ymedio, que aprovechó la transacción para comprar vitamina C, indispensable como suplemento para su hijo. “El tratamiento me salió en 1.000 pesos, la mitad de lo que gano como custodio en una empresa estatal”. 

Nadie parece sorprenderse de que una paladar se convierta en un negocio ilegal. Los que despachan el medicamento lo hacen con “normalidad”

Nadie parece sorprenderse de que una paladar se convierta en un negocio ilegal. Los que despachan el medicamento lo hacen con “normalidad”, no dependen de recetas y están bien pertrechados. Preguntado por este diario sobre la disponibilidad de los fármacos, un empleado del establecimiento fue claro: “Tenemos de todo, y lo que no tengamos a mano se consigue rápido”. 

No miente. Un bulbo de benzatínica puede costar 380 pesos; el paracetamol de 500 mg y el ibuprofeno de 400 mg –muy solicitados– cuestan 180, al igual que el antiinflamatorio diclofenaco de 50 mg y la loratadina de 10 mg, un antihistamínico. Los hipertensos buscan captopril, a 250 pesos el blíster, y quienes padecen de hongos en la piel buscan clotrimazol, a 140 pesos el paquete. “De todo”, insiste el empleado, siempre que haya dinero de por medio. 

Los precios crispan a cualquiera, pero la paladar-farmacia y los revendedores individuales son la única esperanza de los pacientes en Manzanillo. Tanto para un tratamiento a largo plazo como para una dolencia pasajera, basta marcar el número correcto y desembolsar.  

Un recorrido por las farmacias del municipio basta para tomarle el pulso a la crisis. Estantes vacíos, boticarios ociosos y falta de respuestas sobre si algún día abastecerán el mermado botiquín estatal.  “No recuerdo la última vez que tuvimos medicamentos en los estantes, llevan así mucho tiempo”, explicó a 14ymedio una de las empleadas de la farmacia ubicada en la calle Martí, esquina a Salud.  

“No recuerdo la última vez que tuvimos medicamentos en los estantes, llevan así mucho tiempo”

“No hay materia prima para elaborar las medicinas”, es la explicación –repetida hasta el cansancio en la prensa y la televisión oficial– de la trabajadora, que invoca la pésima “situación con las divisas del país” y dice que solo se fabrica lo indispensable. 

¿Dipirona? No hay, aunque la usan millones de cubanos para bajar la fiebre y contener espasmos musculares. ¿Captopril? Tampoco, pese a que, en la propia farmacia, una cliente explica a la empleada que está “desesperada” por la salud de su esposo hipertenso. “Tenemos tarjetón y es por gusto”, remacha la mujer del enfermo. “Paso y pregunto a cada rato, y nada”.

“Yo soy diabética hace años y mi esposo también”, cuenta otra mujer, que también acudió en busca de explicaciones a la farmacia de Martí. “A veces nos pasamos hasta seis meses y no viene nada”, lamenta.  

En otra farmacia del municipio, también en la calle Martí, esquina a General Benítez, la empleada es más combativa: “El bloqueo de Estados Unidos es el culpable de todo esto”. A los  clientes, por su parte, les interesan más las respuestas que las causas de la crisis: “Ya no hay ni dipirona para un dolor de cabeza. Esto está tocando fondo”, lamenta un anciano antes de abandonar el local. 

En una tercera botica, en Martí 635, esquina a Masó, un padre explica su método a otro cliente: “Un blister de cualquier antibiótico aparece en las redes sociales hasta en 500 pesos, solo lo compro cuando uno de mis hijos lo necesita”. Los adultos pueden esperar. 

“Ya no hay ni dipirona para un dolor de cabeza. Esto está tocando fondo”, lamenta un anciano antes de abandonar el local

La solución de la mayoría es acudir a los múltiples grupos de Facebook donde también se venden los fármacos. La mayoría proceden del extranjero, explica a este diario Sergio, un vendedor ambulante que no necesita llevar encima toda su mercancía. “A los clientes les pido que saquen el móvil y les paso por Zapya [una aplicación para enviar archivos sin conexión a internet] las fotos de las medicinas con sus precios”. 

Son caros, admite Sergio, porque “vienen importados de Perú”. Aunque, pragmático, comenta: “Tan caros no deben de estar si la gente los compra”. Como botón de muestra, Sergio alude al pomo de penicilina, que él vende a 380 pesos. Un tratamiento completo contra una infección son siete bulbos. Todo queda, calcula, en 2.660 pesos, precio “imposible” para muchos, pero que no pocos manzanilleros pagan. 

Los clientes se encogen de hombros y, resignados, repiten un viejo dicho: “La salud no tiene precio”. El alto costo de la oferta de Sergio, la de los grupos de Facebook o la de la paladar-farmacia cerca del parque Céspedes desmienten el proverbio.

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